Rumbo a la estación de Rabat
Nos hemos levantado bien temprano hoy, para ir rumbo a la estación de Rabat en donde apenas nos ha dado tiempo a tomar un café para luego tener que estar casi una hora esperando en el andén como pardillos ya que nuestro tren se ha retrasado. Los horarios de tren en Marruecos suelen ser bastante exactos según pude leer en otros blogs de viajes, así que quizás solo hemos tenido mala suerte.
Ha sido un viaje agradable en segunda clase. El paisaje del norte de Marruecos nos ha sorprendido por su verdor. Cuando yo visité este país en 2014 fui a Marrakech y al Atlas, y todas aquellas tierras son más áridas, más desérticas, más marcianas. Aquí hay muchos árboles, campos de cultivo y arbustos bajos de color verde clorofila.
Hemos llegado a Fez sobre las 11 y media de la mañana y hemos ido a nuestro riad, el Palacio de Dar Tazi (fotos sobre estas líneas) que nos ha cautivado desde el primer minuto con su fastuoso hall repleto de ornamentación y arcos árabes. Los mosaicos que recuerdan al mudéjar rebozan las paredes y la amabilidad de sus empleados es de agradecer. Nos han subido a nuestra habitación desde la cual se accede a una terraza con unas impresionantes vistas de toda la Medina de Fez. Es uno de los hoteles tradicionales mejor cuidados en los que he estado y Ronald Reagan en 1986 (cuando era Presidente de los EE.UU), Jeremy Irons y otras personalidades se han alojado aquí.
Minutos después nos hemos adentrado, sin guía ni nada, en las laberínticas callejuelas. En realidad, Google Maps no sirve absolutamente para nada aquí dentro porque la mitad de las travesías ni aparecen. Menos mal que un buen hombre nos ha visto irremediablemente perdido y ha tenido la bendita idea de presentarnos a un guía sin licencia que nos ha dado un paseo de unos 15 kms por el corazón de Fez a lo largo de 5 horas.
Primero hemos visitado los curtidores de Sidi Musa y los de Chouara. Me avisaron de que esos lugares huelen fatal porque utilizan excrementos de paloma durante el proceso y porque hay mucho animal muerto. Sin poder decir que oliera bien, ni mucho menos, no era tampoco algo insoportable. Curiosos los agujeros en donde tiñen las pieles que luego cuelgan de nuestros hombros en forma de bolsos o bandoleras. Hemos comido muy cerca de los Tanneurs de Chouara (sobre estas líneas), en un tranquilo restaurante que nos ha deleitado con couscous, tayín de cordero y unas galletas marroquíes.
Después de comer, con la calma, hemos visitado también una tienda de tejidos en donde todo ha culminado en un cómico rifirrafe.
Os pongo en situación: los marroquíes son unos vendedores excelsos, de hecho, deberían dar lecciones a muchos directivos de ventas que aquí en España languidecen viviendo de rentas.
Nada más entrar en una tienda de telas un dicharachero vendedor ha ordenado que su hermana se pusiera a tejer a la antigua usanza mientras nos explicaba las bondades de su tejido, hecho con fibras de cactus. Un tejido que no prende fácilmente, natural y de tacto suave. Nos ha colocado unos turbantes a lo touareg, incluso a mí a pesar de mi resistencia porque ya tengo dos en mi casa y no los uso jamás y sé por experiencia que la tontería de ponerse los turbantes acaba de soltar la plata (lógico por otro lado).
El asunto es que tras la foto de rigor le he preguntado acerca de una camiseta de lino, que es lo que me interesaba porque me quiero comprar una para usarla en casa durante el verano. Me ha sacado la reina de picas de sus camisetas, hecha con el ya mencionado cactus, y por la que me pedía la friolera de 70 eurazos. Sí claro, ¿y qué más? No hubiera pagado ni 20… No he hecho contraoferta por no herir su sensibilidad.
Llegados a este punto, mis amigos se han quitado los turbantes, su hermana ha dejado de tejer para cambiar el arcaico telar por el Smartphone, un aire frío ha cruzado la estancia y el vendedor ha torcido el gesto. Aquello tenía difícil solución…
El fenicio y los touaregs ratillas
Esteban ha roto el silencio y ha intentado apagar el incendio que se había iniciado. En un gesto muy digno y haciendo de cabeza de turco, se ha ofrecido a comprarle el turbante, pero no el fabricado con el dichoso cactus y a precio de oro, sino otro más modesto. Sin embargo, el muy fenicio quería colocarnos su cactus sí o sí y se empeñaba en ello como cuando un toro trata de derribar un burladero.
Javi ha sido entonces el que ha echado un capote y desviando la atención le ha preguntado por unas llamativas fundas de cojines. El vendedor ha visto filón y ha sacado todo su arsenal, desparramando por el suelo una veintena ante mi cara de terror. No es que no me gustaran, eran preciosas, pero estábamos de nuevo en un callejón sin salida queridos amigos.
El avispado vendedor ha preguntado de forma astuta ¿Cuál te gusta? Era una pregunta envenenada y muy bien lanzada, un dardo con cicuta, porque de entre tantas, alguna te tiene que gustar, es imposible que sea de otro modo. Javi ha cogido una azul lapislázuli, elegante, con unas tramas en dorado… espectacular, con tan mala fortuna de que estaba manchada. Pero el vendedor ha contratacado con una réplica exacta y aunque también tenía tara (un descosido). Pedía por ella 35 euros. Otra vez desmesurado. Javi ha soltado la funda de cojín como si estuviera envuelta en llamas. El vendedor ha carraspeado y ha mirado de reojo a un anciano que tenía pinta de llevar allí sentado desde que Don Pelayo inició la reconquista.
Entonces Manu ha terminado de agitar la colmena con una maniobra que podía parecer astuta a priori. Ay… si tuvieras alfombras, entonces sí que te compraría una. Era un producto que no habíamos visto en su establecimiento así que era una bonita forma de poner fin a aquella negociación infructuosa y de salir pitando de allí, para poder seguir visitando la Medina. El problema ha sido que sí que tenía alfombras, y no pocas. En otra habitación su hermana ha empezado a esparcir felpudos como si no hubiera un mañana. Por otro lado, Manu realmente quería una alfombra, pero los precios de aquel rincón de Fez no eran adecuados y claro, en este producto eran igual de elevados (60 euros creo recordar). Así pues, al ver que las alfombras eran grandes además de caras, ha dicho que ese tamaño era incompatible para portarlas en la maleta de mano (muy cierto) y se ha defendido con un Si tuvieras más pequeñas. Y sí, el desesperado vendedor tenía de todo, era imposible escapar de allí hijos míos. Tengo de las llamadas japonesas, ideales para el cuarto de baño, amigo, y por desgracia, de nuevo carísimas, con unos 25 euros por alfombrilla. Manu no sabía ya donde meterse mientras yo me reía con malicia para mis adentros. Al final, Manu ha soltado un lacónico Estos colores no me acaban de convencer y en ese preciso momento algo ha hecho clic en la cabeza del vendedor, que se ha puesto a jalear con los brazos para espantarnos como si fuéramos moscas, alegando que éramos unos poca vergüenza y que era normal porque no éramos musulmanes, gente de bien y bla bla. Nosotros hemos captado rápido el mensaje, hemos acatado la orden y hemos enfilado hacia la puerta. Lo último que dijo el comerciante fue un hasta luego sin esperar respuesta y cargado de rabia.
Que ponga unos precios razonables y quizás en otra vida regresemos para comprarle sus tejidos de cactus. Hasta ahí podíamos llegar.
Tras salir de allí hemos ido al riad de nuestro guía a tomar un té a la menta, al zoco, en donde si hemos comprado ámbar rosa, almizcle, imanes y alguna otra baratija. Después hemos ido a la Blue Gate y ya fuera de la Medina hemos perseguido el atardecer por unos jardines hasta que la oscuridad amenazaba con convertir aquellas calles en peligrosas. En ese momento hemos cogido un taxi y hemos regresado al hotel.
Las duchas han sido reparadoras, sobre todo tras caminar 15 kms con bastante calor y al ritmo infernal que marcaba nuestro guía. A la hora de cenar hemos ido al restaurante del Riad y nos han sacado unas cartas de menú a 30 euros por cabeza. Recordemos que Reagan comió aquí. Tras deliberar un par de minutos, hemos decidido levantarnos e irnos con el rabo entre las piernas.
Por suerte hemos encontrado un restaurante con unas vistas magníficas y una terraza árabe en el que nos han atendido muy cortésmente y nos han cobrado menos de la mitad. Tayín de nuevo, brochetas y demás platos han hecho que nos olvidásemos del restaurante top de nuestro riad.
Ahora estamos en el hotel, preparándonos para salir de marcha. Vamos a ir a una discoteca llamada Felix Club, que tiene fama de congregar a muchos internacionales en sus noches de fiesta.
DieQuito
Por cierto, alcanzamos los 500 artículos con este… ojito
Comentarios recientes