Esta mañana, la mezquita de Yadz estaba a rebosar de gente a la hora del canto del muecín y es el lugar en el que más turistas he llegado a ver concentrados. Mientras, al fondo, ajena a todo el barullo, una mujer rezaba en soledad y con devoción. La mezquita de Yadz tiene un interior precioso, pero lo más bonito se encuentra en sus alrededores, en las antiguas calles de la Old Town. Estas calles que recuerdan a una antigua medina de la edad media están llenas de rincones con encanto. Me ha recordado por momentos a Jaisalmer, que también visité con David, en el ya lejano 2012.
Por encima de estas calles destacan las Torres del Viento, que son un simple sistema de refrigeración que en su día diseñaron los persas para soportar las altas temperaturas de estos designios. Esas torres que se elevan unos 20 metros en el cielo se encargan de coger el viento y redirigirlo al interior de las casas para refrescar los patios interiores y algunas habitaciones. Hemos podido ver cómo funcionaba en la Casa Lahari y también en el restaurante dónde hemos degustado un Dizi con Behsan, nuestro driver. Al parecer, en la antigüedad, una cisterna de agua en la base aumentaba su eficacia. Hoy en día prácticamente no tienen nada que hacer contra los sistemas de aire acondicionado de la actualidad.
Para terminar nuestro día en Yadz hemos ido a ver las Torres del silencio, edificios funerarios de los Zoroastristas en los que colocan los cadáveres para que sean devorados por los buitres. Los edificios tienen poco interés arquitectónico aunque están cargados de historia.
Después ha caído el sol y hemos ido al aeropuerto de Yadz, en donde tenía que coger un avión hacia Teherán. La despedida con David ha sido triste, porque a ellos todavía les quedaban unas 5 horas de viaje hasta Shiraz y porque somos conscientes los dos de que tardaremos mucho tiempo en volver a vernos.
El avión que me ha tocado era un Fokker 100, un avión con los motores pegados a la cola, como los jets privados y en el que yo he sido el único europeo de entre todos los pasajeros. A pesar de las turbulencias, hemos aterrizado sin contratiempos en el aeropuerto Mehrabad de Teherán, destinado a los vuelos domésticos y de allí he vuelto a ir al restaurante Agha Bozorg, para disfrutar de una última cena iraní antes del largo viaje.
Os escribo ya desde el aeropuerto internacional de Teherán. Mi avión hacia Estambúl parte dentro de unas 3 horas.
DieQuito
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