• Viaje nocturno en Alsa

    Un resplandor azul neón emana desde las profundidades del mar. Refulge a tus pies como un rayo cósmico o algo aún más inquietante. En tu sueño, ese color royal tiene una importancia capital. En la realidad, se trata de una luz que perimetra el pasillo central, enfilando hacia la parte delantera del autobús. Color corporativo. Viajas con Alsa.

    Te remueves en tu asiento, a modo de protesta por este despertar no planeado, y tus sentidos se activan en fases sucesivas.

    Sientes la vibración del motor de combustión en tus tobillos; inhalas el perfume de pachulí y ámbar de la cincuentona que duerme plácidamente en la fila situada justo delante de ti, ajena al impertinente refulgir azulado; escuchas el rechinar rítmico que produce la fricción del cristal de la ventana en cada imperfección del asfalto; tu lengua percibe un sabor a siesta prolongada y, cuando abres el ojo derecho, ves a un jovencísimo Pierce Brosnan conduciendo un todoterreno en plena naturaleza. La película ya tiene años.

    Con actitud despreocupada, realizas un reconocimiento visual de los viajeros de tu área de influencia. Todos nadan en el sueño azul. Muchos tienen la mascarilla por las rodillas. En cambio, la cincuentona de perfume intenso la lleva perfectamente colocada gracias a un método innovador: la goma está enroscada en la patilla de las gafas. Debería patentar el sistema. Te va a costar volver a coger el sueño…

    El turista sentado un par de filas más atrás empieza a roncar sin motivo aparente, y la endeble mascarilla quirúrgica no amortigua sus bufidos. El conductor pisa levemente la línea sonora del arcén y rezas porque la noche previa haya dormido las ocho horas que recetan los profesionales de la medicina.

    El televisor continúa con Pierce Brosnan, aunque nadie atiende al largometraje en estas horas intempestivas. La reconoces, es Un pueblo llamado Dante´s Peak. Americanada. En el lado contiguo de asientos, un niño rompe a llorar amargamente. Quiere teta y solo sabe pedirla con el llanto. La entregada madre amamanta sin más preámbulo: conoce bien esos sollozos y la experiencia es ya un grado. Se queda dormida, exhausta, mientras el niño sigue con su ración de medianoche.

    Alsa es un universo de personas de todo tipo y condición, ideal como muestra para unos encuestadores, que durante unas horas comparten destino y se ponen en las manos de un chófer con miles de horas en la carretera.

    Por suerte, dispones de un antifaz que te dieron en el avión rumbo a Barajas y puedes proteger tu retina del azul corporativo. Confianza plena en el conductor. Duermes hasta el final del trayecto. Dulce final para una semana en Croacia.

    DieQuito

  • Último día en Croacia

    El viaje ya está llegando a su fin, y hoy nos hemos acercado a ver la catedral de la ciudad, pero con tan mala suerte que nos la hemos encontrado totalmente cerrada y en obras. Habrá que volver a Zagreb para visitarla. Tiene muy buena pinta por fuera.

    Después hemos ido a echar la mañana en el museo técnico Nikola Tesla y de camino hemos pasado por el edificio de la Opera, que está sin representaciones hasta el 9 de septiembre… Agosto, agosto…

    Retomando el tema del museo de Tesla, en este edificio de los años 60 te puedes encontrar casi de todo: desde réplicas de ingenios de la astronáutica, a lecciones sobre los experimentos del serbio Nikola Tesla, una prospección en las profundidades de una mina de carbón o hacerte una foto al lado de un submarino. Es una visita muy recomendable y tan solo cuesta 3€ (25-20 kunas).

    Hay maquetas de plataformas petrolíferas, colmenas de abejas, una réplica a escala 1:1 de un puente de mando de un barco, displays sobre la central nuclear que comparten Eslovenia y Croacia (Krsko), un planetario, y un sinfín de artilugios para volar, el aire y en el espacio. Es un museo multidisciplinar en el que el hilo conductor es la tecnología y el progreso. Sobresaliente.

    Cuando ha comenzado a apretar el hambre, hemos regresado a la calle Ivana Tkalcica para comer. Lo buena de esta ciudad es que es muy llana y en el centro todo está relativamente cerca. Tras los últimos cevaci del viaje, ha llegado el momento de pasar por el hotel para recoger las maletas e ir al aeropuerto.

    Esta vez todo ha ido sin incidentes y el aeropuerto desde el que os escribo está medio vacío. Se nota mucho que Zagreb no es un destino turístico como tal y que la terminal de vuelos soporta mucho más volumen de pasajeros durante el resto de meses del año, sobre todo con viajes de negocios.

    Nuestro avión despega en menos de una hora rumbo a Madrid.

    DieQuito

  • Zagreb

    En la Yugoslavia de Tito, Zagreb debió de ser una ciudad muy importante y así lo demuestran los edificios del centro de la ciudad. La arquitectura emana socialismo por todas sus aristas y eso también contribuye a crear un ambiente soviético, algo grisáceo, que les da mucho encanto a todas estas ciudades del este de Europa.

    Por la mañana, lo primero que hemos hecho ha sido ir a probar el funicular más corto del mundo, ya que, desde hace algo más de un siglo, cubre una distancia de tan solo 60 metros. Después ha tocado visitar el mercado de Dolac y callejear por los alrededores, incluso hasta el Pabellón de arte. Tanto hemos deambulado que nos hemos alejado mucho del centro, hasta las barriadas típicas que uno se puede encontrar en la ciudad de Sofia.

    Por pura casualidad, hemos visto que la clínica en la que tenía que hacerme el test de antígenos para el vuelo estaba relativamente cerca y hemos pedido que nos adelantaran la cita. Ya con el negativo en la mano, hemos divisado el estadio del Dinamo de Zagreb y nos hemos acercado a la fan shop para comprar una camiseta. Mañana hay partido de la Champions en este escenario; una pena no poder verlo en directo.

    Desde allí hemos cogido el tranvía y hemos ido hasta la otra punta de la ciudad, para ver el lago Jarun, pero lo cierto es que hoy picaba bastante el sol y no hay mucho que ver. Tan solo una familia de cisnes (padre, madre e hijo) ha captado nuestra atención. Desde allí hemos caminado al Arena de Zagreb, y hemos entrado al Arena Centar, para comprarle una lata de cocacola fake al gran JL. Se agradecía mucho el aire acondicionado del centro comercial después de la hora y media paseando bajo un sol de justicia.

    Tras regresar al hotel y acicalarnos, hemos ido a la calle de marcha, Ivana Tkalcica, para cenar en una de las concurridas terrazas. En esta calle es donde se concentra el ambiente de la capital croata. Hemos cenado con vino de la casa a 90 kunas el litro, un goulash y una pjelskavica rellena de queso, todo maravilloso.

    Después de cenar, nos ha vencido el sueño porque hoy nos hemos pateado casi 20 kilómetros, así que hemos hecho caso a nuestro cuerpo y nos hemos retirado pronto, no sin antes hacer una última visita nocturna a la heladería Vincek. ; )

    DieQuito

    DieQuito

  • Hasta la vista Split; nos vamos a Zagreb

    Hemos madrugado para dar un último paseo por el palacio Diocleciano y para ver el mercado del pescado en plena actividad, así como el mercado de frutas y verduras. La verdad es que Split es definitivamente un “must” para cualquier viajero que se acerque a este país.

    Después, ya pasado el mediodía, en la estación de autobuses hemos tenido el momento estresante de las vacaciones: nuestro autobús de las 13:20 ha decidido irse sin recoger a ningún viajero. Según parece, al haber llegado a la estación con media hora de retraso, el conductor se ha encontrado con demasiadas personas que le preguntaban si se trataba del bus de las 14:00 horas y ha decidido marcharse sin más, para ahorrarse discusiones. Muchos viajeros que tenían menos margen para el vuelo han tenido que marcharse urgentemente en taxi, y otros hemos optado por quedarnos para el autobús de las 14:00. Durante la espera, me he acercado a contárselo a la chica que vendía los tickets y ha alucinado con el comportamiento del chófer, y me ha ofrecido la devolución del dinero, pero esa solución no era muy apropiada porque eso se iba a traducir en un viaje en taxi, pagando cuatro veces más.

    Por suerte, el conductor del autobús de las 14:00 tenía un talante mucho más cooperativo y ante semejante desaguisado, ha optado por la solución más diplomática. “Que suba a mi autobús todo el mundo, los de las 13:20 y los de las 14:00, y los que suban los últimos, cuando no queden asientos libres, que viajen de pie”. Un aplauso para el señor conductor porque nadie se ha quedado en tierra. Por tenerlo todo en cuenta, muchos mártires lo han hecho posible porque más de la mitad de los del autobús de las 13:20 habían optado por el taxi.

    Ya en el aeropuerto de Split, con todavía hora y veinte de margen con el despegue, tanto May como yo estábamos mucho más tranquilo, aunque ha sido bastante aburrido porque, al ser un vuelo doméstico, no se nos ha permitido acceder a la zona del duty free.

    El avión era un Dash 8 Q400, de hélices, y es el segundo vuelo de mi vida en uno de estos (el primero fue en un Mykonos – Atenas también muy breve). Según mi amigo David, los aviones de hélices son los más seguros, pero es verdad que con los ruidos y vibraciones no transmiten muy buenas sensaciones. Nuestra fila estaba ubicada justo a la altura de las hélices, con una visión perfecta del extraño motor.

    Al llegar a Zagreb nos hemos encontrado con mal tiempo y una ciudad gris y sombria. Hemos viajado del verano al otoño tras un corto viaje de 45 minutos. Incluso las hojas de los árboles ya tiñen de colores pardos todas las alfombras de césped de sus parques y jardines.

    Tras darnos una reconfortante ducha en el hotel Elena Rooms (muy recomendable, por cierto) hemos salido a pasear y nos hemos topado con un atardecer rosado de los que se quedan grabados en la memoria. Hemos agradecido mucho habernos traído la chaqueta y un pañuelo, como en la noche en Korcula, porque las temperaturas de Zagreb cuando se “marcha el sol” son frescas incluso en agosto.

    Segundo incidente del día: hemos elegido un restaurante para cenar, el Uspinjaca, que nos ha atraído por los precios de las botellas de vino. Atención a esta historia que es muy interesante. Según su carta, tanto la del exterior como la de las mesas, tenían dos vinos a 120 kunas la botella. Al cambio son alrededor de 16 euros. En Croacia el vino es bastante caro en los restaurantes, y este nos ha parecido asequible dentro de la horquilla de precios.

    Tras sentarnos en la mesa y ojear la carta de comida, hemos hablado con el camarero y le hemos preguntado por los dos vinos a 120 kunas. Nos ha dicho que eran ambos blancos, que el tinto costaba ya 250 kunas. Tras hablarlo May y yo, hemos decidido que beberíamos un vino blanco croata. Sin embargo, el camarero nos ha replicado que el primer vino en cuestión solo se vende en copas así que no podemos comprar la botella en ningún caso (raro ¿no?), y que el segundo es un precio desactualizado porque el actual es de otra añada con mejor cata y que ahora cuesta 250 kunas, 130 más de lo que figura en el menú. 250 kunas son 34 euros al cambio…

    Le he dicho que no podían tener impresos unos precios, tanto en el menú exterior y en la carta de las mesas, que no se correspondieran con la realidad. Me ha dicho que lo sentía pero que eso era todo. Nos hemos marchado de allí antes de que nos estafaran y hemos recalado en La Struk, en donde se puede comer el plato típico de hojaldre y queso gratinado llamado Strukli, en un precioso jardín con paredes de piedra y disfrutando de un delicioso tinto de la casa. Toda la cena por 133 kunas. No os dejéis engañar cuando estéis de viaje, queridos amigos viajeros.

    Después de cenar nos hemos acercado a la heladería Vincek, a por nuestro tradicional helado digestivo para dormir (así justificamos la adicción por los helados croatas), aunque antes de que nos hiciera efecto nos hemos ido a la terraza de La Bodega a tomarnos unos cocktails para disfrutar un poco de la noche de Zagreb hasta el toque de queda.

    Mañana visitaremos Zagreb de punta a punta.

    DieQuito

  • Split: una grata sorpresa

    Hay lugares que sorprenden, otros que enamoran con su ambiente o que gustan de forma subjetiva, y hay otros que nos traen gratos recuerdos. En nuestro caso, Split ha superado del todo nuestras expectativas porque no habíamos buscado información al respecto y nos habíamos fiado al 100% de la recomendación de un amigo. Después de Dubrovnik y Korcula teníamos pocas esperanzas en Split, y ahí es donde te conquistan, por inesperadas, las ciudades bonitas que no están tan masificadas de turismo.

    A primera hora hemos ido a la playa de Split, que hay que reconocer que no merece mucho la pena. Sin embargo, nos ha servido para darnos un chapuzón y comenzar el día con energía.

    Después nos hemos adentrado en el palacio Diocleciano para poder disfrutar de sus estrechas callejuelas y pasadizos a plena luz del día. Es tan bonito como aparentaba anoche. Cerca del mercado del pescado de Ribarnica, en la misma calle, he podido disfrutar de un plato de pescadito y chipirones fritos en Zlatna Ribica.

    Acto seguido, hemos subido al pico Telegrin, para poder contemplar toda la ciudad de Split, el puerto y una bonita playa a la que hemos decidido dirigirnos para darnos el último chapuzón del viaje. Es una especie de beach club y nos han cobrado 6 euros por el agua, pero estábamos sedientos tras la caminata a pleno sol de media tarde.

    Después, con el traje de baño mojado, hemos regresado al hotel para darnos una ducha hemos ido a cenar al Pata negra wine bar, en donde se pueden comer medallones de cerdo negro de Croacia. Muy recomendable, tanto el restaurante y la ubicación, como el servicio.

    De camino al centro de la ciudadela amurallada hemos descubierto una especie de ciudad oculta dentro del palacio Diocleciano, a la que se puede acceder desde un túnel lateral de la entrada soterrada, o desde la parte lateral del pórtico de la plaza central. Nosotros hemos accedido por una escalinata en la otra entrada de este laberinto, a la derecha del restaurante Para di soto. Sea como fuere, nos hemos adentrado en unas callejuelas sin vida, con escasa iluminación y con restos de los viejos muros del palacio diocleciano, sobre los que descansan las viviendas actuales. Una maravilla de rincón.

    Avanzando hasta el final de ese laberinto, hemos aparecido como por arte de magia en la plaza central, en donde hemos podido escuchar al músico en directo del bar Luxor, y hemos terminado la velada viendo la caótica segunda mitad del Real Madrid – Levante en el café Senna, un sports bar dedicado al malogrado piloto brasileño.

    Por culpa de la pandemia, a las 12 cierra todo el ocio de Split, y notábamos las piernas cansadas de la subida al Telegrin del mediodía, así que tampoco nos ha importado demasiado el cierre prematuro. Toca reponer fuerzas que mañana hay que coger un avión.

    DieQuito

  • Korcula, y ponemos rumbo a Split

    Teníamos ganas de un día de playa y en Korkula hemos podido cumplir nuestros deseos con un sinfín de calas y acantilados de baja altura. Lo mejor de las playas de Croacia es que no te llenas de arena, y luego puedes viajar a Split en catamarán sin ninguna molestia.

    Lo primero que hemos hecho, no obstante, ha sido ir a ver la casa en la que nació uno de los mayores exploradores de la historia de la Humanidad, Marco Polo. Según nuestro guía, todavía quedan descendientes que se apellidan Polo en la propia isla de Korkula. A continuación, ha llegado el momento de ir a darnos un chapuzón.

    Durante la mañana, antes de los vientos de la tarde, la mejor área de playa se encuentra a la izquierda del centro histórico. Hay varias calas y recodos en los que puedes bañarte con comodidad, aunque recomendamos llevar zapatillas de agua para no sufrir algún corte o arañazo, y para evitar a la inmensa colonia de erizos de mar que descansa muy cerca de la orilla. No ha sido un esnórquel muy provechoso. Poco para ver en esta zona.

    Después hemos ido a comernos la famosa hamburguesa Popina, una de las más sabrosas de la isla, y hemos ido a nadar a la playa de la punta de la península, en el que se puede hacer un esnórquel mucho más interesante, a mi parecer, con muchas más variedades de peces, y recovecos en los que se ocultan desconocidas especies.

    A las seis de la tarde hemos ido al muelle para coger el catamarán que nos ha llevado a Split. Han sido dos horas de trayecto, pero vamos a pasar dos noches en esta bonita ciudad del litoral.

    Al llegar y tras el check in, ha tocado una ducha ultrarrápida para salir a cenar a una hora razonable. Split es muy bonito de noche, como todas las ciudades cuando las pisas por primera vez bajo la luz de la luna, pero en este caso aún más sorprendente porque no he buscado nada de información previa sobre la ciudad. Es magnífico el palacio o recinto amurallado que descansa enfrente del puerto (es además patrimonio de la Unesco) y al final de un paso soterrado accedes a una plaza porticada coronada por una bonita torre, en la que casualmente había música en directo.

    A ver qué nos espera en las próximas dos jornadas de viaje pero Split tiene muy buena pinta.

    DieQuito

  • Ciao Dubrobnik, Hola Korcula

    Unas ciruelas ecológicas que compramos ayer en Kravice han sido el plato principal del saludable desayuno de hoy. Tras empacar todo el equipaje, guardarlo en la consigna, y hacer el check out y nos hemos dirigido a la parte alta de la ciudadela amurallada, hasta la imponente torre Minceta. Dubrovnik será la Perla del Adriático, pero sobre todo es la ciudad de los gatos, porque cientos de ellos vagan por sus callejuelas empedradas, sin collar ni aparente dueño.

    Si hay algo que imputar a este destino es el exceso de turismo, problema del que nosotros mismos formamos parte. Los extranjeros abarrotan las aceras, ataviados con su cámara digital, su sombrero de mimbre y su sonrisa despreocupada. Su outfit de sandalias Birkenstock y calcetines blancos los delata. Y eso teniendo en cuenta que este verano es todavía especial. Ayer Iván nos comentó que había menos visitantes que hace dos años, ya que la pandemia ha afectado mucho a los cruceros, que se han reducido tanto en número de rutas como en la cifra total de pasajeros, debido a las restricciones de aforo.

    Cuando hemos abandonado los muros de la ciudad vieja por última vez, la tranquilidad nos ha dado un balsámico abrazo: dejamos atrás el bullicio… para visitar, a partir de hoy, una Croacia menos masificada.

    Antes de recoger nuestras maletas, hemos bajado de nuevo al Club Boninovo, para darnos un último remojón en los acantilados, y allí hemos conocido a los uruguayos Matías, Ana e hijos, con los que hemos mantenido una agradable conversación sobre la importancia de conocer otras culturas para valorar más los lujos de los que disponemos en Occidente: que mane agua potable del grifo es algo que nadie valora en Europa, y que apenas es posible en gran parte del planeta.

    A primera hora de la tarde nos hemos partido en autobús + ferry rumbo a Korcula, una isla croata de villas marineras, poblada de viñedos y olivares, con la promesa de encontrar allí las playas de arena que se nos han negado en Dubrovnik.

    Korkula es una curiosa villa pesquera con una península en la que se ubica su casco antiguo. Nada más llegar y antes de acicalarnos para la cena, hemos salido a dar un paseo para ver las mejores áreas de esnorkel y las calles empredadas antes de que se marchara el sol de la tarde. En el muelle deportivo hay un buen puñado de yates de superlujo atracados y justo allí hemos disfrutado de un precioso atardecer.

    Tras la necesaria ducha hemos salido bien arreglados para recorrer todo el paseo circular del recinto amurallado. En los flancos del recorrido se solapan las terrazas de los restaurantes, los farolillos y las ramas de los altos pinos. Korkula tiene bastante bullicio, no como Dubrovnik, pero sí que se percibe que este es sin duda el mes del año en el que hacen caja. En una callejuela adyacente, con grandes escalones, hemos encontrado el Bar de Leo, que ofrece precios más económicos que los restaurantes del boulevard. Cuando nos hemos sentado nosotros la terraza estaba vacía, sin embargo, hemos sido como un imán y tres parejas más han ocupado las mesas en cuestión de 20 minutos. No hay nada peor para una taberna que tener todas las mesas vacías. El buen hombre se ha llevado una gran alegría.

    Después antes de acostarnos, hemos caminado por el muelle para ver los yates antes de la medianoche y hemos paseado por la city beach hasta la mejor heladería de Korkula, la Marco homemade icecream, que se sitúa poco antes de la piscina de waterpolo de Korkula. Los helados son como la mejor dormidina del mercado.

    DieQuito

  • Las cascadas de Kravice y la icónica ciudad de Mostar

    Andaba yo a las 6 de la mañana, inmerso en uno de mis emocionantes sueños cuando ha sonado la alarma, que no parece tener compasión con los viajeros. Sino llegamos a poner despertador, creo que hubiéramos abierto los ojos a las 11, como pronto.

    Sin tiempo para lamentaciones, hemos pasado por la ducha y nos hemos preparado una pequeña mochila con todo lo necesario para la excursión a Bosnia.

    La excursión a Mostar con Civitatis te ofrece la posibilidad de visitar uno de los símbolos de la guerra de los Balcanes, el puente de Mostar, en el día y sin ninguna complicación. Es la segunda vez que viajo con ellos (la primera fue desde Bucarest a Bran, Peles, Brasov y Sinaia) y de nuevo he quedado muy satisfecho.

    A las 6:50 am, un pequeño microbús con otros 11 españoles, el simpático guía Iván y el chófer Gabriel, ha doblado la esquina y nos ha recogido, previa comprobación de que portábamos toda la documentación necesaria para cruzar la frontera de Bosnia: pasaportes, test de antígenos y certificado europeo de vacunación.

    Esperando en la aduana de Bosnia

    Iván ha ido explicando desde el primer momento las curiosidades de la ciudad de Dubrovnik, su talante negociador y su creciente fama de lugar de veraneo desde la Edad Moderna. También ha entrado en otros detalles de índole geológica y ha explicado que las mil islas de Croacia son una barrera natural para las olas y que por ello no existen playas de arena en la costa de Dubrovnik. El público al principio era un poco reticente a escuchar la perorata (May incluso ha dormido dos horas), pero tras entrar en Bosnia, la explicación se ha adentrado en el ámbito de la política y en las barbaridades de la guerra, todavía candente, que diezmo aquellas tierras baldías, y todos los presentes escuchábamos con los ojos como platos.

    Hemos pasado cerca de un par de incendios, que son muy difíciles de controlar en Bosnia porque los bomberos temen encontrarse con las miles de minas antipersona que aguardan bajo la hojarasca, agazapadas como un pez piedra, esperando a su víctima.

    La primera parada ha sido en las Cascadas de Kravice, que es un paraje natural ubicado en un recóndito rincón de un bosque de Bosnia que es de visita obligada. Si te gusta la naturaleza, este es un lugar ideal para sacar fotos para enmarcar y para darse un bañito refrescante. Nosotros no llevábamos el bañador, así que nos hemos tenido que conformar con disfrutar de las vistas. Por fortuna, es un sitio con muchos espacios con sombra y el agua atomizada de las cascadas hace que sea un lugar fresco e ideal para un picoteo.

    A una media hora de allí está Mostar, el destino final del día y la parte cultural del viaje. Los españoles son muy bien recibidos en la ciudad por su contribución a la paz en las misiones de los cascos azules e incluso tenemos una plaza dedicada.

    Navasca, nuestro guía de Mostar, también se defendía bastante bien con el castellano y ha explicado brevemente la historia de ciudad, haciendo especial hincapié en el puente, destruido en 1993 durante los bombardeos y reconstruido en 2004 utilizando los mismos métodos constructivos que en el original, para lograr una réplica lo más exacta posible.

    En la actualidad y desde hace cinco siglos, los más atrevidos saltan desde la punta central. 21 metros de caída al vacío para los 4 metros de profundidad de las aguas del río Neretva. Hay que saber hacerlo y muchas veces ocurren accidentes.

    Después de eso ha llegado el turno para recargar energía y May y yo hemos ido a comer al restaurante Irma. Por una cuenta total de 13 euros hemos comido queso, cebolla, tomate, pimiento asado cevaci y Pjleskavica. Unos precios muy competitivos, y eso que estamos en una de las ciudades más turísticas del país, sino es la más visitada.

    Poco después, en una cafetería nos hemos tomado una hurmasica (postre típico) y un par de ice coffees para tratar de mantenernos despiertos a la vuelta y hemos callejeado un poco por las calles aledañas al centro, mucho más calmadas.

    De regreso a Dubrovnik, todos los pasajeros del microbús estaban más dicharacheros y nos hemos pasado la tarde hablando con Natalia, Sara, Ana, Judit y Álvaro, todos de Olesa de Montserrat, viajeros empedernidos y muy divertidos. Hemos intercambiado impresiones tanto de la excursión de hoy como de otros viajes del pasado. Quizás nos volvamos a cruzar en algún viaje del futuro, quién sabe.

    De nuevo en Dubrovnik y tras una ducha reparadora y necesaria, May y yo hemos ido a cenar al restaurante Rennaisance, ubicado bajo una arquería en una tranquila calle de la ciudad vieja, en el que se puede disfrutar de un pianista en directo. Lo mejor del restaurante es el ambiente, ya que la relación calidad precio no es la más adecuada, pero creemos que es un mal endémico de esta turística ciudad.

    Después hemos vuelto a dar un paseo con Nima y Marisa, pasando de nuevo por la heladería Peppino, como ritual obligado, antes de volver a coger la cama con mucha necesidad. Hoy programamos el despertador para una hora mucho más razonable; necesitamos dormir ocho horas seguidas.

    DieQuito

  • Dubrovnik, la perla del Adriático

    Hacia el mediodía, May y yo hemos aterrizado en Dubrovnik, justo cuando una pequeña tormenta dejaba sus últimos chubascos. Poco después, durante el breve trayecto a pie hasta el hotel, un sol mediterráneo nos ha acompañado y, nada más hacer el check in, bañados en sudor, hemos ido a los acantilados que tenemos justo debajo, a catar las aguas del Mar Adriático. Necesitábamos un chapuzón refrescante para poder salir a dar el primer paseo por la ciudad vieja de Dubrovnik.

    El recinto amurallado es un verdadero espectáculo y no es de extrañar que los productores de Juego de Tronos escogieran este enclave para filmar una infinidad de capítulos de la serie.

    Después de callejear y antes del atardecer, hemos quedado con Nima y Marisa, amigos de Göttingen que están al final de sus vacaciones en Croacia y con los que hemos coincidido por casualidad en esta ciudad medieval.

    Hemos cenado unos inmensos platos de cevaci, pollo deshuesado a la brasa, pimientos rojos con aceite de oliva y jugoso calabacín asado, maridados con un buen vino local y unas vistas de excepción. El restaurante se llama Lady Pi Pi porque tiene una curiosa escultura-fuente justo en la entrada. Atesora unas buenas valoraciones en Trip Advisor, pero no permite reserva, así que os recomendamos ir con tiempo, y con el depósito de paciencia lleno hasta los topes.

    Por suerte, hemos conseguido una mesa alejada de la parrilla y con una bonita visión del puerto viejo. Para coronar la velada nos hemos acercado hasta la heladería Peppino, que se autoproclama la mejor de la ciudad, y no nos ha defraudado, a pesar de su grandilocuente eslogan de ventas. En concreto, destacamos el sabor Mozart: pistachos, chocolate y mazapán.

    El efecto digestivo del helado, la caída de la noche y el cansancio se han aliado y, a pesar del gran ambiente de la ciudad, con el que he experimentado por primera vez una sensación cercana al fin de la pandemia, el sueño ha tomado la iniciativa y ha comenzado a ganarnos la batalla. Llevamos 24 horas fuera de casa, dormitando de malas formas en el aeropuerto y en el avión, y el cuerpo nos pide, sencillamente, cama. Además, mañana el despertador suena muy temprano, porque nos vamos a Bosnia de excursión express. ¡Hasta mañana!

    DieQuito

  • Hacia los Balcanes

    A pesar de todos los inconvenientes y recién vacunado esta misma tarde, partimos de noche hacia Dubrovnik para pasar una semana recorriendo Croacia y con una breve excursión a Mostar y a las cascadas de Kravice, en el vecino país Bosnia y Herzegovina.

    Hemos partido de una solitaria estación de Delicias y hemos llegado a un solitario aeropuerto de Barajas. Noche de viaje y escaso descanso, para hacer el check in nada más aterrizar y lanzarnos a recorrer las callejuelas de la ciudad medieval de Dubrovnik.

    DieQuito