La capital de China es una ciudad que siempre me ha llamado la atención. Desde aquellas olimpiadas, 10 años atrás, la he tenido en mi mente como una ciudad para visitar. Con sus 20 millones de habitantes también es una de las más contaminadas (en la foto superior podéis apreciarlo). La pena es que durante las 8 horas que hemos estado apenas hemos podido visitar nada, sobre todo por la hora en la que hemos llegado: al atardecer.
Y hay que decir que hemos notado un cambio de clima muy fuerte: aquí en Pekín hace bastante frío, nada que ver con el suave invierno shenzhenita. Gabriel ha perdido los guantes y sus manos han dado fe de las temperaturas.
La Ciudad Prohibida estaba cerrada, aunque hemos podido verla desde lo alto de un oscuro parque repleto de pequeños templetes. En aquellos senderos nos podría haber salido qué se yo, pero bueno, queríamos aprovechar al máximo Pekín y nos la hemos jugado. También hemos visitado una pintoresca tienda de antiguas cámaras fotográficas Polaroid en medio de los Hutong.
Después de cenar unas Gyozas y pato Pekín (cómo no), hemos ido al Mai Bar, recomendación de mi amiga Ewa. Un lugar tranquilo en el que tomar buenos cocktails y hacer balance de este productivo viaje.
Ahora os escribo desde el avión. Nos queda un largo viaje hasta Amsterdam, una breve escala en la capital holandesa y un último vuelo a Madrid. China es un país que nos ha dejado impactado: su comida, su cultura infinita, su poderío económico y la amabilidad de sus gentes. Espero poder volver a visitarlo en un futuro no muy lejano.
DieQuito
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