Un «secadero de jamones» (como el de la foto de arriba); así es como Juan Luis ha calificado a la habitación del Vienna Hotel en la que solo nos ha faltado ver pingüinos paseándose con su torpe caminar. La habitación de la última planta tiene las paredes de cristal, y eso hace que la temperatura del interior sea bajísima. Tampoco hemos sido capaces de encontrar mantas…. tan negras me las he visto que me he puesto el vaquero a mitad noche para poder dormir.
Aún así, no ha quedado otra que desayunar (en China desayunan sopas de verduras) y ir a cumplir nuestro cometido. En la comida posterior a la reunión hemos probado las delicias de la gastronomía china, tan denostada en nuestro país por culpa de los restaurante de comida rápida que han colonizado nuestros barrios.
Hacia el final de la tarde hemos tenido por fin un rato para nosotros y hemos decidido ir a Shenzhen. La aventura ha llevado más trabajo de lo que pensábamos porque hemos invertido casi dos horas (sin exagerar) buscando el metro y tratando de comunicarnos con los simpáticos orientales. Ni el traductor de Google, ni los gestos, ni imágenes de un tren subterráneo han servido para conseguir información al respecto… culturas distintas, será.
Al final hemos optado por un taxi, que nos ha llevado al centro neurálgico de Shenzhen, donde unos rascacielos oscuros como el azabache e iluminados por unas rayas en diagonal nos han dejado sin palabras. Hemos entrado en un Pizza Hut, nos apetecía comida occidental esta noche, pero nos han pasado dos cosas graciosas: no venden agua mineral (alucinante) y hemos pedido por error una pizza de kéfir que olía a perro muerto; yo ni siquiera la he probado; me ha bastado con ver la cara de repulsión que han puesto mis compis.
Volvemos a estar en el «secadero de jamones» y nos disponemos a pasar la noche, esta vez ataviados con mantas y más experiencia. Si paso frío de nuevo pediré que me cambien de habitación a mitad de la noche.
PD: seguimos sin noticias de nuestro equipaje
DieQuito
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