Anoche nuestro avión aterrizó bien tarde Guadalajara y en esta ocasión nadie venía a recogernos. Los tres nos retroalimentamos con el asunto de «el Sicariato» y cuando pusimos un pie fuera del aeropuerto nos invadió un miedo escénico pueril e infundado. No encontrábamos Uber cercano y solo conseguimos un taxi cochambroso para llegar al hotel. Todo fue sobre ruedas y después de una cena frugal a la par que picante nos tomamos una copa y a la cama.
Nos hemos alojado en el Camino real, que es un hotel repleto de jardines rodeados por habitaciones de 1 o 2 plantas, y con piscinas climatizadas en cada patio. Una maravilla, que se ha visto mejorada todavía más con un desayuno buffet absolutamente escandaloso.
Posteriormente hemos ido a la reunión pertinente y hemos visitado un centro comercial. Guadalajara sorprende al viajero con su skyline y su barrio de negocios colmado de altos edificios de cristal.
Después hemos disfrutado de una suculenta comida mexicana, con fajitas, nachos y tacos y ya nos hemos ido al avión, desde donde os escribo rumbo a la Ciudad de México, última parada antes de regresar a España en esta cruzada de charco express, aunque muy productiva.
DieQuito
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