Hemos aterrizado hace apenas 3 horas y ya nos disponemos a acostarnos. El avión ha aterrizado de forma muy brusca, tanto que se ha quedado de lado unos instantes… Mirad que he volado veces y nunca en mi vida me había sucedido nada semejante.
El aeropuerto de Rabat Salé es casi tan pequeño como el de Zaragoza y eso es mucho decir para toda una capital de un país. Además, las colas de seguridad funcionan de forma muy poco eficiente. Entre pitos y flautas hemos perdido casi una hora en el aeropuerto.
Nada más salir, hemos conseguido un taxista barato pero que simulaba no conocer la ciudad para cobrarnos un plus. El problema es que sin roaming no había manera de ponerle el mapita al conductor. Tenía unos mapas impresos y eso nos ha servido de ayuda para encontrar la zona, aunque la calle del apartamento estaba mal puesta en el mapa, por lo que nos ha costado un buen rato situarnos, encontrar la puerta y finalmente el apartamento.
El sitio era un agujero, acorde con su precio, claro está. Hemos dejado las maletas y sin perder más tiempo hemos ido raudos al restaurante Dar Naji (ver galería abajo), que tiene una decoración preciosa, aunque a las horas que eran, las diez pasadas, su carta era ridícula. Es más, el camarero solo nos podía ofrecer tayín de pollo y tayín de ternera. Fin.
Estábamos hambrientos y tampoco nos parecían malas opciones. El tayín de ternera con huevos, sésamo y ciruelas ha sido una maravilla. El de pollo con matices cítricos, patatas y olivas era un poco más terrenal. ¿Postre? No hay postre, lo sentimos. Sorprendente pero cierto. Nos hemos ido del restaurante con hambre y sintiéndonos un poco mal atendidos, aunque reconocemos que la hora ha sido un poco extraña para cenar en un país como Marruecos. Que no es España. Nos apagamos ya, que mañana tenemos un viaje en tren hasta Fez.
DieQuito
Leave a Reply