No había camino en el laberinto (Día 8)

Reseña de un intento infructuoso de ascensión al Cervino por la cara norte

Calma tensa

A las 4 de la madrugada sonó “Bad kingdom” de Moderat. Me apoyé en el frío cristal de la ventana tratando de vislumbrar algo en la oscuridad y una manada de estrellas me dio la bienvenida. Sonreí, dando gracias porque la meteorología era buena en el día D hora H. Era el momento de prepararse.

Tras equiparnos para la ascensión, bajamos a desayunar. Mientras degustábamos un poco de queso emmenthal, mermelada de naranja, pan de centeno y café soluble se palpaba una calma tensa. Sabíamos que ahora comenzaba lo serio y que hasta el amanecer no sería agradable avanzar por aquellas paredes de roca.

De Hörnli no sale nadie antes que los guías y, por lo tanto, hasta las 4:50 no fue posible comenzar la ascensión. Esto ya truncaba mucho nuestros planes y por ello nos pusimos como límite coronar a las 11:30 de la mañana, para poder bajar sobre las 21:00 0 22:00 horas a Zermatt. Todo iba muy justo ya desde el principio. El plan no permitía ni un imprevisto.

Abotellamiento

Tras avanzar los primeros metros en horizontal hasta el comienzo de la arista, nos topamos con un primer atasco en las cuerdas fijas. Unas 20 personas ascendían por la grieta mientras que otras tantas esperaban pacientes su turno para actuar. Ahí, esperando, espeté mi primera impresión: -“Así es imposible llegar a la cima, con semejantes atascos”. Como consecuencia del embotellamiento, no pudimos comenzar la ascensión hasta pasadas las 5 y 15 y con los guías, nuestros faros, alejándose de nosotros de forma exponencial.

Una vez superada la grieta, la hilera de frontales se extendía sobre nosotros en la hueca oscuridad, dando tumbos, como confusas luciérnagas. Nos resultaba muy complicado seguir la ruta y nos la inventamos un poco, pasando por una zona de roca suelta. En ese momento, Alejandro desplazó sin querer una roca del tamaño de una maceta. Avisaron tanto él como David: “¡¡piedra, piedra!!”, pero Marcos y yo no tuvimos ni tiempo de reaccionar, tan solo nos encogimos de hombros llamando a nuestra suerte. La piedra cayó a tan solo un metro de nosotros. La calma se había esfumado de un plumazo.

Más problemas

Unos metros más arriba, Marcos hizo un apunte: “Buf, llevamos 20 minutos y me siento como si llevará muchas horas”. Este comentario lo sentí como si me hubieran dado un calambrazo en la espina dorsal… Marcos siempre está más fuerte que yo. Es un portento físico y aquellas sensaciones no indicaban nada bueno. Continué ascendiendo preocupado y pensativo.

Minutos más tarde Marcos le pidió a David y a Alejandro que esperaran, tenía algo que decirles.

  • -“Me voy para abajo, no me siento nada bien. Probablemente es un tema mental, no me veo, no tengo el día…” En sus ojos se veía tristeza y sentimiento de frustración.
  • David le respondió dándole ánimos: -“Vamos Marc, unos metros más. No ves que no vamos a poder hacer cima, hemos ido a matacaballo y los guías se están marchando”
  • -“Tampoco es un problema de ritmo, este ritmo podemos llevarlo y él el primero, a Marcos le pasa otra cosa” añadí yo.
  • Marcos se sentía decepcionado y algo culpable -“Lo siento tíos” dijo, mirando hacia el suelo.
  • -“Que no digas lo siento ni una vez más” replicó Alejandro hablando por todos.

Pasaron unos minutos más y David se ofreció para asegurar a Marcos en la bajada hasta el refugio. Con sus años de experiencia en escalada era el que mejor le podía asegurar en el descenso. Alejandro y yo esperaríamos cobijados el regreso de David.

Esperando al sol

En un recoveco, protegidos del frío, Alejandro y yo contemplamos un amanecer de los que se quedan grabados en la retina. Venus reinaba en el firmamento, reflejando la luz del astro rey y anunciando su llegada. En el ambiente el protagonista era un silencio que atronaba. Los dos sabíamos que la cima, ya de por sí difícil, se había desvanecido casi por completo. Pero cuando la mente no responde, no hay nada que hacer y es algo que nos puede pasar a todos.

A pesar de que todo se había torcido, en mi cabeza, siempre optimista, merodeaba el sentimiento de que habíamos venido a luchar, y que había una partida por jugar, aunque fuera con una hora y media de retraso. Quizás si no teníamos problemas para encontrar la ruta y marcábamos un ritmo fuerte podríamos llegar muy arriba, quién sabe hasta dónde, quizás hasta la cumbre.

Por fin, a las 6:30, David volvió a aparecer con su frontal, sudoroso por haber cubierto el desnivel de la forma más ágil posible. Alejandro y yo, por el contrario, estábamos fríos tras esa espera de 40 minutos a la luz de un alba anaranjada que seguíamos contemplando embelesados. Marcos ya estaba en el refugio, afortunado él.

En busca de señales

Lanzamos la vista hacia arriba y no había ni rastro de las otras luces que antes nos marcaban el camino. Seguramente ya no las necesitaban. Nosotros también apagamos el frontal y proseguimos la ascensión una vez montada la cordada de tres. La ruta del Cervino por la cara norte está señalada, pero muy sutilmente, probablemente para que los guías sean los auténticos dueños y señores de esto. Sin ellos, que se conocen el camino, avanzar por aquí es como introducirse en un laberinto de roca en el que las posibilidades de encontrar un callejón sin salida son enormes.

Fuimos viendo flechas rojas, puntos azules, alguna cuerda fija, y empezamos a avanzar con seguridad, sin mirar hacia el abismo que se abría a nuestras espaldas.

Desorientados

A las dos horas de ascensión, la ruta se hizo más y más inescrutable. Los caprichos de la roca ofrecían pasos sencillos que desembocaban en caminos imposibles. El principio de la cordada se asomaba por un lado y daba su impresión al respecto. El final de la cordaba se cruzaba hacia la otra cara de la arista para ver si era posible avanzar por allí. Estábamos perdiendo un tiempo irrecuperable y la cima ya era algo imposible a esas horas de la mañana (8:30). El trazado de mi GPS da fe de los bandazos que dimos por la montaña en busca de la ruta.

Recuerdo muy bien un sobresalto. Alejandro se agarró a una piedra de más de 50 kilos que se movió y que amenazaba con caérsele encima. Se las arregló para depositarla de nuevo, pero tuvimos que pasar con mucho cuidado por aquel punto, sin tocarla. Aquella montaña se estaba comportando como una fiera indomable.

Hablo por mí, aunque imagino que, en lo más profundo de nosotros, todavía reverberaba la sensación de que si Marcos, uno de los chicos más valientes que conozco, se había dado la media vuelta, quizás todos deberíamos haber hecho lo mismo.

Desmoralizados

Fue en aquel lugar, a una cota de 3700 metros aproximadamente, desde donde ya se podía contemplar la cabaña de Solvay en la lejanía, cuando decidimos que, si era imposible llegar a la cumbre, no tenía sentido seguir ascendiendo para arriesgarse tanto en la bajada. Teníamos unos 500 metros de desnivel que descender hasta el refugio. Había que asegurar, montar algún rapel y bajar con mucho cuidado para no sufrir un resbalón que pudiera desembocar en un problema fatal para toda la cordada. Seguir subiendo era una opción muy necia y arriesgada, especialmente si tenemos en cuenta que la meteorología para la tarde anunciaba lluvia.

La decisión definitiva la tomamos cuando llegamos a una argolla para rapelar, que esperaba solitaria en un extraño lugar. Hacia arriba no parecía haber camino, y hacia los laterales tampoco. Solo quedaba descender. Nos hicimos unas fotos y la batalla por el Cervino había terminado para nosotros.

Air Zermatt

Al igual que encontrar el camino de subida había sido difícil, encontrar el de bajada nos puso sobre la mesa problemas similares. El helicóptero de Air Zermatt, o uno de ellos, comenzó a pasar por encima de nuestras cabezas. Alejandro dijo que le tranquilizaban. A mí en cambio me recordaban a los bombarderos de Dunkerque sobrevolando la playa del espigón que ha filmado Nolan con tanta maestría. Parecían estar controlando si nos las arreglábamos para encontrar el camino de descenso, aunque los rescates en el Matterhorn son tan habituales que quizás ni siquiera repararon en nuestra presencia. Luego vimos que descendía hacia el glaciar, lo cual nos parecía muy raro. Lo triste del asunto es que, al parecer, un alemán resbaló al vacío y cayó hasta el glaciar. 600 metros de caída. Fin. No le pongo ni cara, pero esa noche había cenado en la misma sala que ese muchacho que, a buen seguro, amaba la montaña y este espectacular pico.

Retirada

La bajada fue tan tensa como se preveía y aunque finalmente fuimos encontrando el camino con relativa facilidad, ninguno de los tres nos quisimos imaginar bajando aquellas paredes al límite de nuestras fuerzas. Por suerte, al haber subido tan solo hasta la cota 3700, íbamos muy frescos de físico.

Al llegar al refugio la sensación de tranquilidad se adueña de tu persona. Has salido de la zona peliaguda, ahora solo quedan varias horas de caminatas por senderos hasta Zermatt. En Hornli, nadie pareció sorprenderse de nuestro regreso hacia el mediodía, ya que muchos son los que se dan la vuelta sin conseguir el preciado trofeo.

Un largo paseo para la reflexión

Bajando hacia Zermatt, decidí que quería llegar andando hasta casa, hasta Täsch, que son unos 6 o 7 kms más. Había mentalizado a mi cuerpo ya para una jornada muy exigente, de muchas horas, y estar bajando hacia Zermatt a la 1 de la tarde era muy descafeinado. Así pues, estuve caminando hasta las 16:30 de la tarde, desde el refugio Hornli hasta Täsch, habiendo descendido previamente desde unos 3700 metros. Tras 25 kms de caminata y 12 horas con las botas puestas, me sentí realizado a pesar de la ausencia de cumbre. Los amigos con los que he compartido esta semana valen más que miles de cimas. Solo puedo estarle agradecido a este grupo con el que ya coronamos el Mont Blanc el pasado año y con el que me quedan decenas de aventuras por delante.

Yo he decidido que quizás sí vuelva a esta montaña, pero la condición sine qua non será la contratación de un guía que se sepa el camino, para evitar salirse de él, con el consiguiente riesgo de quedar enriscado o asumir compromisos innecesarios en pasos delicados que esperan a sus presas en los alrededores de la ruta correcta. Meditaré sobre ello, sobre si quiero conquistar esta montaña que en el primer asalto no nos ha dejado ni una mísera opción de victoria. No siempre se puede conseguir lo que se anhela.

DieQuito.

Nos despedimos de un Cervino nublado, ya pasado el mediodía

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  1. Jorge Bescós Rius /

    Ánimo amigos…pase lo que pase al final todo es más experiencia y conexión con la montaña…

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