De camino a Ríobamba predominaban las nubes, lo cual me causó cierta ansiedad ya que en la alta montaña cuanta más visibilidad mejor. Por la noche bajaron a los valles y dejaron de nuevo un Chimborazo despejado y una noche espléndida.
El guía que me asignaron era Segundo, ese chico al que le presté un par de botas de montaña para subir a ayudar el día del rescate. Le dije que esta vez esperara que tuviese botas adecuadas con un poco de sarcasmo.Salimos a las 10 de la noche a caminar con un claro objetivo, la cima Whymper, de 6310m. Para llegar a ella hay que pasar por otra de las cimas que tiene la montaña, la Veintimilla, de 6280m, hacer un descenso y caminar más un kilómetro.
De antemano me esperaba una batalla mental, especialmente cuando una montaña te ha tratado tan mal hace tan solo 4 días. Pero lo cierto es que una vez nos pusimos a caminar por la ruta Guarguayá no me vinieron a la cabeza los momentos vividos el fin de semana pasado.
Tras superar la zona del Castillo alcanzamos por fin la nieve, en torno a los 5500, pero en lugar de escorarnos tan a la derecha como el sábado pasado, Segundo me llevó por la zona izquierda. Aquí empezaron los problemas.
Toda la lengua de hielo era inestable y de vez en cuando pisabas y sonaba un amenazante chasquido que indicaba una grieta en la placa de hielo. Ascendíamos con cuidado pero eso no parecía mitigarlo. Para empeorar las cosas la ausencia de nieve recién caída hace que haya unas enormes grietas que tienes que ir sorteando y saltando.
Lo cierto es que en la montaña a veces hay que asumir algunos riesgos y este fue el que asumimos en esta ascensión. De todas formas, este hecho fue el que hizo que descartáramos la cima Whymper, que requiere dos horas más (ir y volver) desde la cima Veintimilla. Si ya nos la estábamos jugando subiendo por aquellas placas inestables de madrugada imaginaos lo que supondría bajar por allí a las 9 de la mañana, cuando el sol las está calentando directamente.
En torno a los 5700 y rondando las 2:30 am nos encontramos con un ejército de penitentes que complicó definitivamente la subida. Los penitentes son pináculos de hielo modelados por el viento y que alcanzan un metro o más de altura y que tienes que esquivar, pisotear, rodear, poniendo en juego tus tobillos y articulaciones. A esas alturas ya te falta mucho el aire y lo que menos te apetecen son complicaciones.
Si a eso le añadimos que la Veintimilla es una cima que parece estar siempre alejándose… las últimas dos horas de ascensión fueron horribles.
A las 5:30 alcanzábamos la Veintimilla, presenciando el amanecer simultáneamente con nuestra llegada. El Cotopaxi escupía ceniza a lo lejos y la Whymper nos miraba con orgullo, con sus 30 metros de más, sabiendo que no la pisaríamos ese día.
Lo cierto es que de todos los grupos de escaladores que había en el refugio, predominantemente franceses, tan solo Segundo y yo hemos pisado cima. Motivo para estar orgullosos y que dice mucho del estado lamentable en el que está el Chimborazo.
No estuvimos mucho rato y a las 6 partimos hacia abajo con bastante preocupacion por lo que podía suceder en la pala inestable, que tiene como unos 500 metros de largo. La idea era rebasarla antes de que el sol le diera de lleno (sobre las 8:30) y lo hemos logrado sin problemas. Ahora bien, si hubieramos ido a la Whymper, eso no hubiera sido posible. En la montaña hay que dar lecciones de fuerza, pero también de prudencia.
Contento por la cima Veintimilla y sus 6280 metros, aunque la Whymper seguirá esperando.
DieQuito
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