Los que me habéis estado siguiendo la pista desde que puse mis pies en Sudamérica ya estáis al tanto del volcán Tungurahua y su actual estado de erupción a 100 kms de Quito.
Sobre el mediodía de ayer puse rumbo hacía aquella región al sur de la capital para disfrutar de varias experiencias inolvidables. En el trayecto pasamos por un poblado indígena de la tribu Salasaka que tienen la característica de vestir con unos largos ponchos de color azabache.
Llegamos cerca del atardecer y buscamos un hostal barato en Baños, la ciudad que se encuentra a las faldas del volcán. Después de cenar en un restaurante de comidas del mundo (hindú, griega, italiana, tailandesa, ecuatoriana, mejicana etc.) jugamos unos billares en un pub y tomamos unas Coronitas. La marcha que había en ese lugar era muy tentadora. Aprovechando que el viernes era festivo, muchas personas se habían trasladado hasta Baños para disfrutar de unos días de esparcimiento. A pesar de ello sobre las 11 estábamos ya durmiendo con un despertador programado para las 5 de la madrugada.
Ahora viene lo más espectacular, durante la noche, se oían grandes explosiones y rugidos producidos por la chimenea de magma que se eleva hasta los 5.016 m. El Tungurahua lleva en activo desde 1999 y cada cierto tiempo erupciona causando pánico en los turistas, que no en la población, y extendiendo su venenosa ceniza por las cosechas. Incluso algunas embajadas prohíben terminantemente a sus compatriotas que se acerquen a menos de 50 kms de este gran horno de roca fundida.
Tras echar cabezaditas entre temblor y bomba, nos dirigimos antes del amanecer a uno de los spas volcánicos de esta pintoresca ciudad, que continúa tranquila pese a las amenazas del coloso. Yo creía que estaríamos nosotros y 4 dementes más pero para alimento de mi asombro, las piscinas de agua termal estaban llenas de gente de todas las edades, ¡incluso niños! En mi cabeza la idea de los jacuzzis y los baños relajantes no concuerda en absoluto con un toque de trompeta antes de que salga el sol.
Ya disfrutábamos de las aguas a 35 grados justo a los pies de la cascada que veis en la imagen 3, cuando comenzó a lloviznar. Fue un agradable contraste sentir las gotas de agua fresca que caían desde los 6000 metros mientras tenías el cuerpo sumergido en un caluroso caldo humeante. Esta agua volcánica tiene muchas propiedades terapéuticas y contiene trazas de muchos minerales: cadmio, boro, amoniaco, cianuro entre otros. Allí nos dio la bienvenida un nuevo día que iba a ser una oda a la adrenalina.
En una agencia de deportes de riesgo como el puenting, barranquismo y rafting contratamos un descenso en lancha por el río Pastaza. Bajamos aguas abajo con una furgoneta y nos detuvimos muy próximos al inicio de la selva amazónica. Allí ves como la furia del río desmonta todas tus cábalas previas sobre seguridad y diversión sobre la barca. El guía, llamado Paul, nos dio una clase rápida sobre el manejo del remo y la importancia de la coordinación y, a los pocos minutos, ya navegábamos por las turbias aguas de este río que pertenece a la cuenca del más caudaloso del mundo, el río Amazonas.
En medio de remolinos y grandes rocas, lo que más nos impresionó a todos eran los choques producidos por rocas del tamaño de nuestra cabeza que, arrastradas por la fuerza de la riada, golpeaban el fondo rocoso del cauce. Te imaginabas nadando ahí mientras eras acribillado por un ejército de guijarros sin orden ni concierto. También se nos pasaba por la cabeza que muchas de esas zonas de jungla que podíamos ver desde la balsa, eran inaccesibles por carretera y solo podían contemplarse tras largas caminatas con sudor y nubes de mosquitos a través de la selva. Por estos motivos y por la ración de adrenalina, el rafting va a ser desde hoy, un deporte que recomendaré a todos mis amigos, aunque sea para hacerlo una vez en la vida.
DieQuito
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