La paliza de coche que tuvimos que darnos ayer para llegar a Amritsar no tiene parangón. 450 kms por carreteras indias que cubrimos entre poco antes del amanecer y poco después del atardecer.
Lo primero que hicimos fue instalarnos en el hotel Shiraz de Amritsar para, acto seguido, partir en dirección al Templo Dorado.
Para acceder al monumento más sagrado de los sikhs tienes que descalzarte y caminar descalzo como unos 300 metros, pasando por agua, calles sucias y alfombras en estado de putrefacción. Todo muy asqueroso pero la visión del templo, brillando en medio del lago como un anillo de compromiso hizo que todo mereciese la pena.
El Golden Temple es una joya que atrae a más visitantes al año que el mismísimo Taj Mahal. Los detalles de la ornamentación interior, lugar en donde no está permitido tomar fotografías, son exquisitos.
Por la mañana hemos vuelto a hacer el mismo recorrido para ver el templo, pero en esta ocasión la espesa bruma ha impedido no pudiésemos disfrutar del esplendor de un edificio que, cuando refleja los rayos del sol, se convierte en mágico. Esa neblina no ha sido en comparación con lo que nos quedaba por delante.
Por la tarde hemos ido hasta la frontera indopakistaní para ver la Wagah. La Wagah es un show en el que las guardias fronterizas de ambos bandos jalean a sus compatriotas mientras ejecutan bailes y gestos desafiantes contra los soldados del otro lado. Ha sido un espectáculo curioso aunque muy artificial.
Por la noche es cuando ha llegado el Apocalipsis. Ahora mismo os escribo desde una localidad llamada Banga, que está a medio camino entre Amritsar y Chandigarh. La niebla más espesa que he visto jamás nos ha obligado a detener el coche en esta villa pérdida de la mano de dios. No se veía ni a un metro y el chofer empezaba a temer por la vida de todos los ocupantes. Así que hoy no hemos cumplido nuestro objetivo de llegar a Chandigarh, objetivo que tendrá que esperar a mañana.
InDieQuito
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