• Split: una grata sorpresa

    Hay lugares que sorprenden, otros que enamoran con su ambiente o que gustan de forma subjetiva, y hay otros que nos traen gratos recuerdos. En nuestro caso, Split ha superado del todo nuestras expectativas porque no habíamos buscado información al respecto y nos habíamos fiado al 100% de la recomendación de un amigo. Después de Dubrovnik y Korcula teníamos pocas esperanzas en Split, y ahí es donde te conquistan, por inesperadas, las ciudades bonitas que no están tan masificadas de turismo.

    A primera hora hemos ido a la playa de Split, que hay que reconocer que no merece mucho la pena. Sin embargo, nos ha servido para darnos un chapuzón y comenzar el día con energía.

    Después nos hemos adentrado en el palacio Diocleciano para poder disfrutar de sus estrechas callejuelas y pasadizos a plena luz del día. Es tan bonito como aparentaba anoche. Cerca del mercado del pescado de Ribarnica, en la misma calle, he podido disfrutar de un plato de pescadito y chipirones fritos en Zlatna Ribica.

    Acto seguido, hemos subido al pico Telegrin, para poder contemplar toda la ciudad de Split, el puerto y una bonita playa a la que hemos decidido dirigirnos para darnos el último chapuzón del viaje. Es una especie de beach club y nos han cobrado 6 euros por el agua, pero estábamos sedientos tras la caminata a pleno sol de media tarde.

    Después, con el traje de baño mojado, hemos regresado al hotel para darnos una ducha hemos ido a cenar al Pata negra wine bar, en donde se pueden comer medallones de cerdo negro de Croacia. Muy recomendable, tanto el restaurante y la ubicación, como el servicio.

    De camino al centro de la ciudadela amurallada hemos descubierto una especie de ciudad oculta dentro del palacio Diocleciano, a la que se puede acceder desde un túnel lateral de la entrada soterrada, o desde la parte lateral del pórtico de la plaza central. Nosotros hemos accedido por una escalinata en la otra entrada de este laberinto, a la derecha del restaurante Para di soto. Sea como fuere, nos hemos adentrado en unas callejuelas sin vida, con escasa iluminación y con restos de los viejos muros del palacio diocleciano, sobre los que descansan las viviendas actuales. Una maravilla de rincón.

    Avanzando hasta el final de ese laberinto, hemos aparecido como por arte de magia en la plaza central, en donde hemos podido escuchar al músico en directo del bar Luxor, y hemos terminado la velada viendo la caótica segunda mitad del Real Madrid – Levante en el café Senna, un sports bar dedicado al malogrado piloto brasileño.

    Por culpa de la pandemia, a las 12 cierra todo el ocio de Split, y notábamos las piernas cansadas de la subida al Telegrin del mediodía, así que tampoco nos ha importado demasiado el cierre prematuro. Toca reponer fuerzas que mañana hay que coger un avión.

    DieQuito