Nuestro primer destino en Jaipur fue el área conocida como la ciudad rosa. Allí nos topamos nada más bajar del vehículo con la fachada del Palacio de los Vientos. Preciosa, aunque también es cierto que me la esperaba un poco más grande. Nos adentramos en dicho edificio cuyo nombre real es Hawa Mahal y con la ayuda de un guía fuimos visitando todos sus corredores.
Las estancias, pasillos y terrazas están sembradas de arcos, celosías y detalles escultóricos. Todo el conjunto lo convierte en una cita obligada para los turistas de Jaipur. Entre las curiosidades que nos contó el guía destacaría que en la piscina central se congregaban casi 200 mujeres y que el Palacio de los Vientos era conocido por ese nombre porque sus paredes albergan 953 ventanas que generan infinitas corrientes de aire.
Tras esta visita cultural callejeamos por los bazares de Badi Chaupar regateando como fenicios a todos los comerciantes. El comercio es una actividad fundamental en la India y en su práctica también se halla la búsqueda de la esencia de este país. Antes de comer, encontramos un patio precioso alejado del mundanal ruido de las calles. Lo más curioso de ello es que no vimos a ni un solo turista adentrarse en él durante los 20 minutos que estuvimos allí relajándonos.
Por la tarde subimos hasta el Nahargarh Fort en donde presenciamos una preciosa puesta de sol de las que se quedan para siempre en los archivos cerebrales. Toda la ciudad de Jaipur, que se perdía en la inmensidad bajo nuestros pies, se fue poco a poco sumiendo en una oscuridad que apenas se contrarrestó con los tímidos farolillos de su laberinto de callejas y travesías.
Finalmente cenamos en el restaurante Niro´s, que lleva más de 60 años sirviendo al hambriento turista de Jaipur y para terminar la noche fuimos a la terraza de el Hotel Clarks Amer, en donde nos tomamos tan solo una copa, cansados por el ajetreo del primer día por la capital del Rajastán.
InDieQuito
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