El Chimborazo no es una montaña cualquiera. Nada más llegar al primer refugio recibes un golpe directo a la zona sensible de tu cerebro y yo particularmente la tengo muy susceptible. Al lado del refugio Carrel, te saludan varias lápidas de montañeros que perdieron la vida en este extinto volcán, el más alto del país (imagen 4). Rayos, avalanchas, ventiscas, cansancio, grietas, caídas…innumerables tragedias se han llevado la vida de muchos montañeros. Dice la leyenda que, cuando la montaña no quiere ser coronada, se puede ver a la cordada fantasma entre la neblina caminando a escasos metros de ti, mientras te diriges a la cumbre. Es una especie de advertencia.
Yo, en concreto, no vi ningún andinista con aspecto espectral, pero no llegué a la cumbre por dos razones: primero por la interminable y desmoralizadora lengua de hielo que cuenta con desniveles de entre el 70% y el 100%, una pista negra en toda regla en el argot esquiador, que se alargaba unos dos kilómetros entre los 5500 m y los 6200 (imagen 2). Esto te dejaba como un trapo debido a la altitud y al evidente esfuerzo físico. Después de llevar unos 500 metros de ascenso por esta ladera helada traspasamos al fin los 6000, que nos recibieron muy mal tras una apacible noche de luna llena y escaso viento. Cuando empezábamos a asomarnos a la cabeza del Chimborazo, un fortísimo viento blanco nos dio una gélida bienvenida. Aguantamos unos 100 metros más de desnivel antes de decidir esperar al amanecer para que calentara nuestros dedos de las manos y pies, que empezaban a tener síntomas de congelaciones: dolor, amoratamiento, escozor… No se puede ni se debe comparar un ochomil con un ascenso de estas características, pero a esas alturas, uno ya puede ver evidencias de lo que sucede en las cumbres más altas del Himalaya: cambios repentinos del clima, vientos gélidos conocidos como jet-stream, frío dentro de tus botas y guantes…
Sin embargo, el sol se hacía de rogar…eran alrededor de las 6 de la mañana cuando decidimos que, tras haber superado los 6000m, quizás no merecía la pena poner en riesgo nuestras vidas. Conviene tener presente que en el descenso es cuando más accidentes se producen por culpa del cansancio acumulado. Además, ya había algo que celebrar (imagen 3) ¿Cuándo tendré de nuevo la oportunidad de ascender hasta 6000m?
DieQuito
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