• De regreso por Casablanca (día 1)

    Hace ya cinco años que estuve en esta ciudad, en compañía de Manu, Javi y Esteban. Lo pasamos en grande en la discoteca del hotel VillaBlanca. Fue solo una tarde y una noche, y todavía me quedan muchas cosas por ver en esta ciudad costera del norte de Marruecos. Además, en esta ocasión estoy visitando a la familia. Mis tíos viven aquí desde poco después de la pandemia y ya era hora de hacerles una visita.

    El viaje ha comenzado bien temprano, saliendo de Zaragoza antes de las 5 de la mañana. He conducido casi en soledad mientras Maike dormía, recién llegada de Portugal. La pobre empalma dos viajes seguidos.

    Al llegar al aeropuerto, tras aparcar el coche, hemos presentado la PCR de 48 horas (Marruecos es uno de los pocos países que todavía exige este tipo de test) y hemos embarcado. En el avión hemos disfrutado de una película de los 90 en versión UMD (parecía un viaje del pasado).

    Antes de aterrizar en el aeropuerto de Casablanca, ya hemos conocido a los amigos de mis tíos con los que vamos a compartir el viaje: Pepe, Mariló. María, Sonia y Pep´ón. Mikel se ha unido horas más tarde en un vuelo vía Lisboa.

    Os esperaremos junto a la estatua…

    A la terminal han acudido mis tíos y nos han llevado a su casa, en Bouskura, para agasajarnos con una impresionante barbacoa de langosta en su jardín, que quita el hipo. ¡Cuanta hospitalidad!

    Para terminar el día, con el crepúsculo hemos ido a ver la enorme mezquita de Hassan II, y hasta nos hemos podido asomar al interior, aunque sin acceder, ya que en Ramadán no se puede visitar a estas horas. Volveremos el jueves con visita guiada, tras regresar del desierto.

    La mezquita se levanta sobre el océano Atlántico y fue construida hace 30 años por el rey predecesor. Fue pagada religiosamente por todos los marroquíes.

    DieQuito

  • Chisinau (día 3)

    La capital de Moldavia es sorprendentemente pequeña ya que tiene una población similar a Zaragoza. Quizás por ello, le faltan atractivos turísticos y hemos dejado la visita de la ciudad para el último día.

    Nuestra visita ha comenzado en la plaza central de Chisinau, avanzando hacia las barriadas del sudeste. Los edificios de Chisinau emergen en la neblina con su temple bolchevique. Algunos de ellos semejan estar abandonados. De vez en cuando debes cruzar la calle por unos túneles subterráneos repletos de tiendas de baratillo.

    Después hemos cogido un trolebús y hemos regresado al centro para visitar el Lago Valea Morilor, en los que una bandada de patos nos ha recibido con su habitual alegría. Las escaleras de mármol que descienden hasta el parque tienen unas dimensiones soviéticas (aviso para navegantes).

    Después ya hemos decidido ir a comer, a Le Placinte, un restaurante típico, con sabor regional y muy económico.

    Ya no hemos tenido tiempo para más, y como siempre se queda algo pendiente de visitar, no hemos ido al Memorial complex Eternity, con los característicos murales soviéticos. Una lástima, pero también un motivo para regresar a esta ciudad.

    En el aeropuerto hemos comprado abundante vino moldavo, para poder seguir disfrutando de sus caldos en España.

    El vuelo ha transcurrido sin contratiempos, aunque el viaje en coche de regreso a Zaragoza se nos está haciendo interminable. Quedan tan solo 25 kilómetros por delante y nos llevamos un buen sabor de boca de Moldavia. País con buena gastronomía, precios muy competitivos, aunque con ciertas carencias en lo que a atracciones turísticas se refiere, siendo honestos. Imprescindible visitar alguna de sus mastodónticas bodegas, y la Opera, y también la anomalía geográfica de Transnistria. Quizás volvamos por aquí antes de lo pensado, de camino a Ucrania, aprovechando estas tarifas aéreas de derribo. El tiempo lo dirá.

    DieQuito

  • Milestii Mici y La Traviata (Día 2)

    El vino es uno de los grandes atractivos de esta nación y a primera hora de la mañana nos hemos ido hasta la bodega Milestii Mici, que está catalogada en el Libro Guiness de los Récords como la colección de botellas más grande del mundo.

    El motivo por el cual esto es así es porque Moldavia y Georgia eran los únicos productores vinícolas de la Unión Soviética y tenían que ser la reserva bodeguera de toda la madre Rusia. En Milestii Mici te recibe un trenecito en el que te adentras en el corazón de la colina, y llegas a estar a 100 metros bajo tierra. En sus confines te encontrarás con galerías repletas de nichos colmados de botellas de vinos con más de tres décadas de antigüedad. Además, tiene pasadizos secretos, cascadas interiores y un restaurante en el que se realiza la cata de vinos y la comida de unos aperitivos o un menú, a petición del consumidor. Un violinista ameniza la comida.

    En esta visita hemos conocido a Jaume y Julia, y hemos pasado el resto del día juntos. Hemos regresado juntos a Chisinau y tras comentarles que teníamos entradas para la Ópera han decidido adquirir también localidades y acudir a ver La Traviata.

    Después hemos ido juntos a cenar al restaurante A Casa le Mama, en el que hemos degustado unas deliciosas tiras de grasa ahumada, placintes de todos los tipos y colores, sarmales, mititei y un par de jarras de vino tinto de la región. Un lugar muy recomendable y con música popular en directo, para amenizar el ambiente.

    Para terminar, hemos ido al Mojito, un local de moda con iglús de techo transparente en el que estaban tomando una copa unos alcañizanos que habíamos conocido en el vuelo. Allí, muy cerca del futurista edificio de Presidencia, hemos dado la noche por terminada.

    Las calles de Chisinau, completamente envueltas en la soledad más absoluta, y eso que no es que haga una temperatura especialmente baja.

    Ya en el hotel, toca recuperar fuerzas para aprovechar al máximo el último día en Moldavia.

    Diequito

  • Transnistria: el último refugio del leninismo (día 1)

    Moldavia es el país más pobre de Europa según el Fondo Monetario Internacional y te das cuenta de ello en cuanto callejeas por el centro de su capital. Sus mercados callejeros parecen anclados en los años 80 del siglo pasado. Está mañana hemos visto su mercado de quesos y huevos antes de coger el autobús hacia Transnistria.

    Transnistria y es una franja de territorio longitudinal que separa Ucrania de Moldavia y que el Sheriff de Tiráspol, su equipo de fútbol puso definitivamente en el mapa cuando se llevó los tres puntos en el Bernabéu.

    El viaje hasta Transnistria se hace corto, porque contemplas su ocre paisaje, sus tractores y vehículos desvencijados y sus colinas boscosas.

    En la frontera simplemente debes presentar el pasaporte para que te registren. Te suelen dar un papel en el que queda certificado que puedes pasar hasta 12 horas en el país, lo que viene siendo una visa de tránsito.

    Al llegar a Tiráspol, el Sheriff lo bautiza todo: gasolineras, supermercados, estadio de fútbol. Es curioso como esta empresa monopoliza las fuentes de ingresos en este rincón comunista en el que se respira el ambiente de la antigua Unión Soviética.

    Lo primero que debes hacer es cambiar algo de dinero porque ellos tienen su propia moneda, diferente a la de Moldavia. Una vez hecho esto, toca ir a visitar la ciudad.

    Nuestro paseo desde la estación ha sido muy tranquilo, y hemos recorrido su calle principal, en donde se encuentran los edificios oficiales con la Estatua de Lenin, el tanque en el memorial de la guerra y un mercadillo navideño que se mantiene firme ante el escenario de restricciones que se presenta en Europa. Allí hemos devorado unas frigarui (brochetas de pollo y cerdo) con un delicioso glühwein (vino caliente) tan característicos de los países fríos de Europa.

    Después hemos ido hasta la ribera del río Dnieper, que vivió tiempos mejores porque está ahora muy descuidada. Pronto ha empezado a atardecer, y eran tan solo las 15:40 de la tarde, así que hemos regresado a la estación y hemos cogido el bus hacia Chisinau.

    Ya por la noche hemos ido a cenar al restaurante Salcioara, muy tradicional y con la comida deliciosa: muy recomendables sus Mititei y sus costillas de cerdo. Después de cenar hemos ido a la Plaza Maria Adunari para ver las luces navideñas del Arco del triunfo, justo enfrente del edificio del Gobierno, y hemos ido a un sitio llamado Vatra Neamului, en donde hemos quedado con los dos catalanes que conocimos anoche. Hemos bebido abundante cerveza local y hemos podido disfrutar de la música popular moldava y de sus particulares bailoteos.

    Estamos cansados, después de haber dormido anoche solo 5 horas porque a las 9 estábamos en pie, toca recargar fuerzas que mañana va a ser un día muy interesante.

    DieQuito

  • Despegamos hacia Moldavia (Día 0)

    He tenido clase esta mañana y me ha tocado teletrabajar sobre el asfalto de la A-2 rumbo a Barcelona, pero hemos llegado con mucho tiempo de sobra a la capital condal e incluso nos ha dado tiempo de tomarnos un vino con mi Borja y Jess antes de ir al aeropuerto.

    En la propia terminal ya hemos conocido a muchos españoles que han decidido pasar el puente de la Constitución en Moldavia, atraídos sin duda alguna por los atractivos precios que WizzAir ofrece para esta ruta.

    Aunque el vuelo ha salido con algo de retraso, hemos aterrizado a la hora prevista en el aeropuerto internacional de Chisinau y nos han intentado timar a hora puntual, pidiéndonos fortunas por el viaje en taxi hasta la capital moldava. Por suerte, nos hemos aliado con una pareja de barceloneses y hemos compartido gastos.

    Ya estamos en el hotel Prestige, un sitio muy céntrico de decoración kitsch e ínfulas de pasados mejores. Las calles de Chisinau estaban desiertas a las 3:30 de la madrugada a pesar de ser fin de semana. Aceras desechas, candiles en lugar de farolas y edificios atizados por el paso de las décadas. Ahora toca descansar que tenemos por delante tres días muy intensos.

    DieQuito

  • Viaje nocturno en Alsa

    Un resplandor azul neón emana desde las profundidades del mar. Refulge a tus pies como un rayo cósmico o algo aún más inquietante. En tu sueño, ese color royal tiene una importancia capital. En la realidad, se trata de una luz que perimetra el pasillo central, enfilando hacia la parte delantera del autobús. Color corporativo. Viajas con Alsa.

    Te remueves en tu asiento, a modo de protesta por este despertar no planeado, y tus sentidos se activan en fases sucesivas.

    Sientes la vibración del motor de combustión en tus tobillos; inhalas el perfume de pachulí y ámbar de la cincuentona que duerme plácidamente en la fila situada justo delante de ti, ajena al impertinente refulgir azulado; escuchas el rechinar rítmico que produce la fricción del cristal de la ventana en cada imperfección del asfalto; tu lengua percibe un sabor a siesta prolongada y, cuando abres el ojo derecho, ves a un jovencísimo Pierce Brosnan conduciendo un todoterreno en plena naturaleza. La película ya tiene años.

    Con actitud despreocupada, realizas un reconocimiento visual de los viajeros de tu área de influencia. Todos nadan en el sueño azul. Muchos tienen la mascarilla por las rodillas. En cambio, la cincuentona de perfume intenso la lleva perfectamente colocada gracias a un método innovador: la goma está enroscada en la patilla de las gafas. Debería patentar el sistema. Te va a costar volver a coger el sueño…

    El turista sentado un par de filas más atrás empieza a roncar sin motivo aparente, y la endeble mascarilla quirúrgica no amortigua sus bufidos. El conductor pisa levemente la línea sonora del arcén y rezas porque la noche previa haya dormido las ocho horas que recetan los profesionales de la medicina.

    El televisor continúa con Pierce Brosnan, aunque nadie atiende al largometraje en estas horas intempestivas. La reconoces, es Un pueblo llamado Dante´s Peak. Americanada. En el lado contiguo de asientos, un niño rompe a llorar amargamente. Quiere teta y solo sabe pedirla con el llanto. La entregada madre amamanta sin más preámbulo: conoce bien esos sollozos y la experiencia es ya un grado. Se queda dormida, exhausta, mientras el niño sigue con su ración de medianoche.

    Alsa es un universo de personas de todo tipo y condición, ideal como muestra para unos encuestadores, que durante unas horas comparten destino y se ponen en las manos de un chófer con miles de horas en la carretera.

    Por suerte, dispones de un antifaz que te dieron en el avión rumbo a Barajas y puedes proteger tu retina del azul corporativo. Confianza plena en el conductor. Duermes el resto del trayecto. Dulce final para una semana en Croacia.

    DieQuito

  • Último día en Croacia

    El viaje ya está llegando a su fin, y hoy nos hemos acercado a ver la catedral de la ciudad, pero con tan mala suerte que nos la hemos encontrado totalmente cerrada y en obras. Habrá que volver a Zagreb para visitarla. Tiene muy buena pinta por fuera.

    Después hemos ido a echar la mañana en el museo técnico Nikola Tesla y de camino hemos pasado por el edificio de la Opera, que está sin representaciones hasta el 9 de septiembre… Agosto, agosto…

    Retomando el tema del museo de Tesla, en este edificio de los años 60 te puedes encontrar casi de todo: desde réplicas de ingenios de la astronáutica, a lecciones sobre los experimentos del serbio Nikola Tesla, una prospección en las profundidades de una mina de carbón o hacerte una foto al lado de un submarino. Es una visita muy recomendable y tan solo cuesta 3€ (25-20 kunas).

    Hay maquetas de plataformas petrolíferas, colmenas de abejas, una réplica a escala 1:1 de un puente de mando de un barco, displays sobre la central nuclear que comparten Eslovenia y Croacia (Krsko), un planetario, y un sinfín de artilugios para volar, el aire y en el espacio. Es un museo multidisciplinar en el que el hilo conductor es la tecnología y el progreso. Sobresaliente.

    Cuando ha comenzado a apretar el hambre, hemos regresado a la calle Ivana Tkalcica para comer. Lo buena de esta ciudad es que es muy llana y en el centro todo está relativamente cerca. Tras los últimos cevaci del viaje, ha llegado el momento de pasar por el hotel para recoger las maletas e ir al aeropuerto.

    Esta vez todo ha ido sin incidentes y el aeropuerto desde el que os escribo está medio vacío. Se nota mucho que Zagreb no es un destino turístico como tal y que la terminal de vuelos soporta mucho más volumen de pasajeros durante el resto de meses del año, sobre todo con viajes de negocios.

    Nuestro avión despega en menos de una hora rumbo a Madrid.

    DieQuito

  • Zagreb

    En la Yugoslavia de Tito, Zagreb debió de ser una ciudad muy importante y así lo demuestran los edificios del centro de la ciudad. La arquitectura emana socialismo por todas sus aristas y eso también contribuye a crear un ambiente soviético, algo grisáceo, que les da mucho encanto a todas estas ciudades del este de Europa.

    Por la mañana, lo primero que hemos hecho ha sido ir a probar el funicular más corto del mundo, ya que, desde hace algo más de un siglo, cubre una distancia de tan solo 60 metros. Después ha tocado visitar el mercado de Dolac y callejear por los alrededores, incluso hasta el Pabellón de arte. Tanto hemos deambulado que nos hemos alejado mucho del centro, hasta las barriadas típicas que uno se puede encontrar en la ciudad de Sofia.

    Por pura casualidad, hemos visto que la clínica en la que tenía que hacerme el test de antígenos para el vuelo estaba relativamente cerca y hemos pedido que nos adelantaran la cita. Ya con el negativo en la mano, hemos divisado el estadio del Dinamo de Zagreb y nos hemos acercado a la fan shop para comprar una camiseta. Mañana hay partido de la Champions en este escenario; una pena no poder verlo en directo.

    Desde allí hemos cogido el tranvía y hemos ido hasta la otra punta de la ciudad, para ver el lago Jarun, pero lo cierto es que hoy picaba bastante el sol y no hay mucho que ver. Tan solo una familia de cisnes (padre, madre e hijo) ha captado nuestra atención. Desde allí hemos caminado al Arena de Zagreb, y hemos entrado al Arena Centar, para comprarle una lata de cocacola fake al gran JL. Se agradecía mucho el aire acondicionado del centro comercial después de la hora y media paseando bajo un sol de justicia.

    Tras regresar al hotel y acicalarnos, hemos ido a la calle de marcha, Ivana Tkalcica, para cenar en una de las concurridas terrazas. En esta calle es donde se concentra el ambiente de la capital croata. Hemos cenado con vino de la casa a 90 kunas el litro, un goulash y una pjelskavica rellena de queso, todo maravilloso.

    Después de cenar, nos ha vencido el sueño porque hoy nos hemos pateado casi 20 kilómetros, así que hemos hecho caso a nuestro cuerpo y nos hemos retirado pronto, no sin antes hacer una última visita nocturna a la heladería Vincek. ; )

    DieQuito

    DieQuito

  • Hasta la vista Split; nos vamos a Zagreb

    Hemos madrugado para dar un último paseo por el palacio Diocleciano y para ver el mercado del pescado en plena actividad, así como el mercado de frutas y verduras. La verdad es que Split es definitivamente un “must” para cualquier viajero que se acerque a este país.

    Después, ya pasado el mediodía, en la estación de autobuses hemos tenido el momento estresante de las vacaciones: nuestro autobús de las 13:20 ha decidido irse sin recoger a ningún viajero. Según parece, al haber llegado a la estación con media hora de retraso, el conductor se ha encontrado con demasiadas personas que le preguntaban si se trataba del bus de las 14:00 horas y ha decidido marcharse sin más, para ahorrarse discusiones. Muchos viajeros que tenían menos margen para el vuelo han tenido que marcharse urgentemente en taxi, y otros hemos optado por quedarnos para el autobús de las 14:00. Durante la espera, me he acercado a contárselo a la chica que vendía los tickets y ha alucinado con el comportamiento del chófer, y me ha ofrecido la devolución del dinero, pero esa solución no era muy apropiada porque eso se iba a traducir en un viaje en taxi, pagando cuatro veces más.

    Por suerte, el conductor del autobús de las 14:00 tenía un talante mucho más cooperativo y ante semejante desaguisado, ha optado por la solución más diplomática. “Que suba a mi autobús todo el mundo, los de las 13:20 y los de las 14:00, y los que suban los últimos, cuando no queden asientos libres, que viajen de pie”. Un aplauso para el señor conductor porque nadie se ha quedado en tierra. Por tenerlo todo en cuenta, muchos mártires lo han hecho posible porque más de la mitad de los del autobús de las 13:20 habían optado por el taxi.

    Ya en el aeropuerto de Split, con todavía hora y veinte de margen con el despegue, tanto May como yo estábamos mucho más tranquilo, aunque ha sido bastante aburrido porque, al ser un vuelo doméstico, no se nos ha permitido acceder a la zona del duty free.

    El avión era un Dash 8 Q400, de hélices, y es el segundo vuelo de mi vida en uno de estos (el primero fue en un Mykonos – Atenas también muy breve). Según mi amigo David, los aviones de hélices son los más seguros, pero es verdad que con los ruidos y vibraciones no transmiten muy buenas sensaciones. Nuestra fila estaba ubicada justo a la altura de las hélices, con una visión perfecta del extraño motor.

    Al llegar a Zagreb nos hemos encontrado con mal tiempo y una ciudad gris y sombria. Hemos viajado del verano al otoño tras un corto viaje de 45 minutos. Incluso las hojas de los árboles ya tiñen de colores pardos todas las alfombras de césped de sus parques y jardines.

    Tras darnos una reconfortante ducha en el hotel Elena Rooms (muy recomendable, por cierto) hemos salido a pasear y nos hemos topado con un atardecer rosado de los que se quedan grabados en la memoria. Hemos agradecido mucho habernos traído la chaqueta y un pañuelo, como en la noche en Korcula, porque las temperaturas de Zagreb cuando se “marcha el sol” son frescas incluso en agosto.

    Segundo incidente del día: hemos elegido un restaurante para cenar, el Uspinjaca, que nos ha atraído por los precios de las botellas de vino. Atención a esta historia que es muy interesante. Según su carta, tanto la del exterior como la de las mesas, tenían dos vinos a 120 kunas la botella. Al cambio son alrededor de 16 euros. En Croacia el vino es bastante caro en los restaurantes, y este nos ha parecido asequible dentro de la horquilla de precios.

    Tras sentarnos en la mesa y ojear la carta de comida, hemos hablado con el camarero y le hemos preguntado por los dos vinos a 120 kunas. Nos ha dicho que eran ambos blancos, que el tinto costaba ya 250 kunas. Tras hablarlo May y yo, hemos decidido que beberíamos un vino blanco croata. Sin embargo, el camarero nos ha replicado que el primer vino en cuestión solo se vende en copas así que no podemos comprar la botella en ningún caso (raro ¿no?), y que el segundo es un precio desactualizado porque el actual es de otra añada con mejor cata y que ahora cuesta 250 kunas, 130 más de lo que figura en el menú. 250 kunas son 34 euros al cambio…

    Le he dicho que no podían tener impresos unos precios, tanto en el menú exterior y en la carta de las mesas, que no se correspondieran con la realidad. Me ha dicho que lo sentía pero que eso era todo. Nos hemos marchado de allí antes de que nos estafaran y hemos recalado en La Struk, en donde se puede comer el plato típico de hojaldre y queso gratinado llamado Strukli, en un precioso jardín con paredes de piedra y disfrutando de un delicioso tinto de la casa. Toda la cena por 133 kunas. No os dejéis engañar cuando estéis de viaje, queridos amigos viajeros.

    Después de cenar nos hemos acercado a la heladería Vincek, a por nuestro tradicional helado digestivo para dormir (así justificamos la adicción por los helados croatas), aunque antes de que nos hiciera efecto nos hemos ido a la terraza de La Bodega a tomarnos unos cocktails para disfrutar un poco de la noche de Zagreb hasta el toque de queda.

    Mañana visitaremos Zagreb de punta a punta.

    DieQuito

  • Split: una grata sorpresa

    Hay lugares que sorprenden, otros que enamoran con su ambiente o que gustan de forma subjetiva, y hay otros que nos traen gratos recuerdos. En nuestro caso, Split ha superado del todo nuestras expectativas porque no habíamos buscado información al respecto y nos habíamos fiado al 100% de la recomendación de un amigo. Después de Dubrovnik y Korcula teníamos pocas esperanzas en Split, y ahí es donde te conquistan, por inesperadas, las ciudades bonitas que no están tan masificadas de turismo.

    A primera hora hemos ido a la playa de Split, que hay que reconocer que no merece mucho la pena. Sin embargo, nos ha servido para darnos un chapuzón y comenzar el día con energía.

    Después nos hemos adentrado en el palacio Diocleciano para poder disfrutar de sus estrechas callejuelas y pasadizos a plena luz del día. Es tan bonito como aparentaba anoche. Cerca del mercado del pescado de Ribarnica, en la misma calle, he podido disfrutar de un plato de pescadito y chipirones fritos en Zlatna Ribica.

    Acto seguido, hemos subido al pico Telegrin, para poder contemplar toda la ciudad de Split, el puerto y una bonita playa a la que hemos decidido dirigirnos para darnos el último chapuzón del viaje. Es una especie de beach club y nos han cobrado 6 euros por el agua, pero estábamos sedientos tras la caminata a pleno sol de media tarde.

    Después, con el traje de baño mojado, hemos regresado al hotel para darnos una ducha hemos ido a cenar al Pata negra wine bar, en donde se pueden comer medallones de cerdo negro de Croacia. Muy recomendable, tanto el restaurante y la ubicación, como el servicio.

    De camino al centro de la ciudadela amurallada hemos descubierto una especie de ciudad oculta dentro del palacio Diocleciano, a la que se puede acceder desde un túnel lateral de la entrada soterrada, o desde la parte lateral del pórtico de la plaza central. Nosotros hemos accedido por una escalinata en la otra entrada de este laberinto, a la derecha del restaurante Para di soto. Sea como fuere, nos hemos adentrado en unas callejuelas sin vida, con escasa iluminación y con restos de los viejos muros del palacio diocleciano, sobre los que descansan las viviendas actuales. Una maravilla de rincón.

    Avanzando hasta el final de ese laberinto, hemos aparecido como por arte de magia en la plaza central, en donde hemos podido escuchar al músico en directo del bar Luxor, y hemos terminado la velada viendo la caótica segunda mitad del Real Madrid – Levante en el café Senna, un sports bar dedicado al malogrado piloto brasileño.

    Por culpa de la pandemia, a las 12 cierra todo el ocio de Split, y notábamos las piernas cansadas de la subida al Telegrin del mediodía, así que tampoco nos ha importado demasiado el cierre prematuro. Toca reponer fuerzas que mañana hay que coger un avión.

    DieQuito