Lo primero que he hecho nada más aterrizar en la Ciudad de las Luces ha sido irme a visitar la Torre Eiffel. En cuanto he dejado mis pertenencias a buen recaudo me he ido directo a ver este conocido monumento porque era algo que quería haber hecho desde hace mucho tiempo.
Para contemplar su grandeza me he bajado en la estación de metro de Trocadero. Al dar la esquina ese edificio neoclásico he podido ver a la Torre rodeada por un alocado mar de turistas. Desde allí arriba se contempla el monumento en todo su esplendor. Se puede llegar a pensar que es un poco feo, pero es porque quizás la ingeniera está por delante de la arquitectura. Aun así, el modernismo y ese ambiente de finales del S.XIX que también representa tienen un sabor muy diferente a todo lo visto anteriormente.
Tras ir en metro al Arco del Triunfo he comenzado un plácido paseo de unas 2 horas que me ha llevado a lo largo de los campos Eliseos. He podido darme cuenta de que esa avenida es una de las que más vida tiene de todo París. Además de los edificios importantes como el Gran Palacio, con su impresionante cúpula acristalada, la sucesión de tiendas de marca es una constante que se alarga hasta más allá de la Plaza de la Concordia. En concreto, la zona de la Vendome acapara el mayor número de tiendas lujosas por metro cuadrado que he visto jamás. Dicha plaza debe de ser un lugar de peregrinación para los amantes de los relojes: Hublot, Patek Philippe, Chopard, Panerai, Breitling…
He dado el paseo por finalizado en La Ópera Garnier, edificio que me ha encantado, y en las Galerias Lafayette, de las que me ha conquistado su enorme cúpula de cristal policromado.
Se ha hecho la hora de comer y nada más llegar a Montmatre me he comido dos suculentos crepes, uno relleno de quesos fundidos y otro relleno de crema de avellanas. Eso me ha dado energía para subir las escaleras del Sacre Coeur. Desde el final de la escalinata, la vista general de la Ciudad del Amor es una recompensa excepcional.
Al lado del Sacre Coeur hay temporalmente una feria gastronómica del Perigord y me he dejado caer por allí para complementar la exigua comida. La comida y las recetas parecen estar destinadas a ser sermoneadas en francés porque todos sabemos que no es lo mismo decir Amuse-Bouche que Aperitivo. Por eso este tipo de fiestas pegan muchísimo en Francia. En los puestos se acumulaban delicias como el Foie Gras, los mejores quesos de la región, escargots, confituras con combinaciones más propias de la cocina molecular que de la tradicional, fresas con nata…
Finalmente, he emprendido mi caminata por Montmatre en le Place du Tertre, que me ha llamado la atención por el número de pintores que acoge. Por lo visto allí se reunían Renoir, Monet, Seurat y compañía para discutir sobre las últimas tendencias de pintura hace poco más de un siglo. A partir de ahí he bajado por Le Rue Lepic pasando por tiendas de quesos, asadores, puestos de fruta y pescado… hasta que he llegado al Café Les 2 Moulins, el mítico café de Amelie. Estaba a rebosar pero me he podido tomar un té en su nombre. ¡Qué gran película y mejor personaje! Para terminar he seguido bajando hasta el Moulin Rouge, otro de esos puntos legendarios de París.
Con el día soleado que he tenido me faltaba algo por ver de París y era su lluvia, que ha venido al final de la tarde, con los últimos rayos, y que ha sido la perfecta excusa para retirarme a descansar. Mi cuerpo lo necesitaba tras apenas haber podido pegar el ojo en el avión. Mañana, al ser domingo, es posible que me acerque por los museos y la Cité de Notre Dame.
InDieQuito
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