Behsan nos esperaba esta mañana sonriente en la puerta del Hotel Omid. Él va a ser nuestro conductor durante los próximos 4 días. Vestía una camiseta del Barça, supongo que para ganarse la afinidad de los turistas españoles a los que va a recoger, aunque conmigo, va bueno.
Hemos salido de Teherán lo más rápido que hemos podido y nada más salir he visto cómo esta nación es perfecta para rodar exteriores de películas de ciencia ficción, como Argo. Respecto a Tehran, he conocido pocas ciudades tan anodinas y estresantes. Ahora llega el turno para el auténtico Irán. La primera parada de la mañana ha sido en Qom, uno de los centros religiosos del país y en el que los ya de por sí escasos turistas occidentales no suelen dejarse caer.
La mezquita es una zona restringida para los no musulmanes. Nos hemos presentado como no confesionales y tras una serie de preguntas curiosas como por ejemplo: ¿qué hacéis los dos viajando solos? ¿Por qué no os habéis casado con una mujer todavía? También ha empezado a hablar de religión, y le he dicho, en plan vacile, que España fue musulmana durante muchos siglos, a lo que el taciturno guardián contraatacó con un “¿Y por qué dejasteis de ser del Islam?” (touché) Al final, tras darles algo de lastima, nos han dejado pasar para ver el complejo de la mezquita en donde se estaba celebrando un rito funerario. La decoración me ha parecido fascinante, sobre todo porque ayer no pude disfrutar nada de este tipo de arquitectura en la capital.
Hemos comprado luego unos afamados pistachos iraníes para seguir el viaje de una hora más hasta Kashan. Al llegar a esta ciudad de color beige hemos ido al restaurante Abbasi, una preciosidad de lugar con un patio árabe y en el que come sentado sobre unas plataformas elevadas, al estilo tradicional. He probado el Kashk-o-bademjan y la carne de camello, en un estofado delicioso. Luego, un café turco nos ha sacado del sopor del viaje y ha llegado el turno de visitar Kashan.
La primera parada ha sido la Tabatabai house, una antigua mansión con un gusto estético exquisito. La mansión tenía un sinfín de estancias, patios al aire libre y porches con arcos cargados de decoración arábiga.
Acto seguido, nos hemos acercado a los baños del Sultán, que están muy cerca. Allí nos ha llamado la atención tanto su interior, con un alicatado precioso, como su tejado coronado por unos impresionantes tragaluces. Allí, en lo más alto de los baños, he grabado el canto del muecín mientras caía el sol, una escena de las que siempre nos persiguen en las películas relacionadas con el Islam.
Tras el crepúsculo hemos ido al bazar de Kashan, que es mucho menos grande que el de Teherán, aunque tiene algunos rincones con encanto, como la plaza de la fuente y una tetería ubicada en unos antiguos baños en los que hemos degustado un delicioso té a la menta.
La gente de Kashan me ha parecido amable y muy honesta, con un particular pasotismo a la hora de venderle cosas al turista. Cuando te quieres dar cuenta ya se han ido a la otra punta del establecimiento sin interesarse lo más mínimo por sacarte los riales. Encantador y algo inaudito en Asia.
El hotel Negarestan es el lugar desde el que os escribo. Hay un cartel en el techo que nos indica la dirección de la meca, y un kit de rezo para los que se han olvidado de meterlo en el equipaje.
DieQuito
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