Hemos madrugado para dar un último paseo por el palacio Diocleciano y para ver el mercado del pescado en plena actividad, así como el mercado de frutas y verduras. La verdad es que Split es definitivamente un “must” para cualquier viajero que se acerque a este país.
Después, ya pasado el mediodía, en la estación de autobuses hemos tenido el momento estresante de las vacaciones: nuestro autobús de las 13:20 ha decidido irse sin recoger a ningún viajero. Según parece, al haber llegado a la estación con media hora de retraso, el conductor se ha encontrado con demasiadas personas que le preguntaban si se trataba del bus de las 14:00 horas y ha decidido marcharse sin más, para ahorrarse discusiones. Muchos viajeros que tenían menos margen para el vuelo han tenido que marcharse urgentemente en taxi, y otros hemos optado por quedarnos para el autobús de las 14:00. Durante la espera, me he acercado a contárselo a la chica que vendía los tickets y ha alucinado con el comportamiento del chófer, y me ha ofrecido la devolución del dinero, pero esa solución no era muy apropiada porque eso se iba a traducir en un viaje en taxi, pagando cuatro veces más.
Por suerte, el conductor del autobús de las 14:00 tenía un talante mucho más cooperativo y ante semejante desaguisado, ha optado por la solución más diplomática. “Que suba a mi autobús todo el mundo, los de las 13:20 y los de las 14:00, y los que suban los últimos, cuando no queden asientos libres, que viajen de pie”. Un aplauso para el señor conductor porque nadie se ha quedado en tierra. Por tenerlo todo en cuenta, muchos mártires lo han hecho posible porque más de la mitad de los del autobús de las 13:20 habían optado por el taxi.
Ya en el aeropuerto de Split, con todavía hora y veinte de margen con el despegue, tanto May como yo estábamos mucho más tranquilo, aunque ha sido bastante aburrido porque, al ser un vuelo doméstico, no se nos ha permitido acceder a la zona del duty free.
El avión era un Dash 8 Q400, de hélices, y es el segundo vuelo de mi vida en uno de estos (el primero fue en un Mykonos – Atenas también muy breve). Según mi amigo David, los aviones de hélices son los más seguros, pero es verdad que con los ruidos y vibraciones no transmiten muy buenas sensaciones. Nuestra fila estaba ubicada justo a la altura de las hélices, con una visión perfecta del extraño motor.
Al llegar a Zagreb nos hemos encontrado con mal tiempo y una ciudad gris y sombria. Hemos viajado del verano al otoño tras un corto viaje de 45 minutos. Incluso las hojas de los árboles ya tiñen de colores pardos todas las alfombras de césped de sus parques y jardines.
Tras darnos una reconfortante ducha en el hotel Elena Rooms (muy recomendable, por cierto) hemos salido a pasear y nos hemos topado con un atardecer rosado de los que se quedan grabados en la memoria. Hemos agradecido mucho habernos traído la chaqueta y un pañuelo, como en la noche en Korcula, porque las temperaturas de Zagreb cuando se “marcha el sol” son frescas incluso en agosto.
Segundo incidente del día: hemos elegido un restaurante para cenar, el Uspinjaca, que nos ha atraído por los precios de las botellas de vino. Atención a esta historia que es muy interesante. Según su carta, tanto la del exterior como la de las mesas, tenían dos vinos a 120 kunas la botella. Al cambio son alrededor de 16 euros. En Croacia el vino es bastante caro en los restaurantes, y este nos ha parecido asequible dentro de la horquilla de precios.
Tras sentarnos en la mesa y ojear la carta de comida, hemos hablado con el camarero y le hemos preguntado por los dos vinos a 120 kunas. Nos ha dicho que eran ambos blancos, que el tinto costaba ya 250 kunas. Tras hablarlo May y yo, hemos decidido que beberíamos un vino blanco croata. Sin embargo, el camarero nos ha replicado que el primer vino en cuestión solo se vende en copas así que no podemos comprar la botella en ningún caso (raro ¿no?), y que el segundo es un precio desactualizado porque el actual es de otra añada con mejor cata y que ahora cuesta 250 kunas, 130 más de lo que figura en el menú. 250 kunas son 34 euros al cambio…
Le he dicho que no podían tener impresos unos precios, tanto en el menú exterior y en la carta de las mesas, que no se correspondieran con la realidad. Me ha dicho que lo sentía pero que eso era todo. Nos hemos marchado de allí antes de que nos estafaran y hemos recalado en La Struk, en donde se puede comer el plato típico de hojaldre y queso gratinado llamado Strukli, en un precioso jardín con paredes de piedra y disfrutando de un delicioso tinto de la casa. Toda la cena por 133 kunas. No os dejéis engañar cuando estéis de viaje, queridos amigos viajeros.
Después de cenar nos hemos acercado a la heladería Vincek, a por nuestro tradicional helado digestivo para dormir (así justificamos la adicción por los helados croatas), aunque antes de que nos hiciera efecto nos hemos ido a la terraza de La Bodega a tomarnos unos cocktails para disfrutar un poco de la noche de Zagreb hasta el toque de queda.
Mañana visitaremos Zagreb de punta a punta.
DieQuito
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