Hoy ha sido uno de los días en los que he vivido más intensamente la montaña, para lo bueno y para lo malo, con miedos, emoción, euforia, adrenalina, felicidad, frío helador, ráfagas de viento, escalando seracs, couloirs de hielo, adaptándome a lo que venía con un solo objetivo, coronar de nuevo el Mont Blanc. Y es que este viejo conocido nos ha puesto a prueba de verdad, aun cuando la climatología nos ha acompañado durante casi toda la aventura.
Para leer este artículo os recomiendo que os pongáis de fondo esta canción de Laurent Garnier, que le viene como anillo al dedo por su autor, francés, su comienzo pausado, la improvisación del saxofonista y el clímax final. The Man with the Red Face
Ayer llegamos a les Cosmiques a mediodía, con bastante hambre y somnolientos por llevar en altura 4 horas (en la Aiguille du Midi), así que comimos una deliciosa sopa con queso y una tortilla, y nos acostamos en nuestras literas y dormimos, lo cual es raro en mí a esas altitudes (3613m), pero fue lo único que dormí, porque después de cenar cuscus y pollo guisado, ya no concilié el sueño de nuevo. Supongo que los nervios influyen más que la escasa aclimatación en este caso. Al menos, pude disfrutar de un precioso atardecer con mar de nubes.
Pero después, cuando oscureció, a comer techo como viene siendo habitual, hasta que llega la hora en la que todos los montañeros comienzan a prepararse, vestirse y a ultimar la mochila. Hemos bajado a desayunar a la 1:00 am y puntuales nos han servido té, zumo de manzana, muesli y tostadas con nutella y mermelada. Yo estaba hambriento, así que a pesar de la hora intempestiva, me lo he terminado todo.
A partir de aquí voy a utilizar el presente, para transmitir mejor las sensaciones de la ascensión.
Son la 1:30 am y salimos del refugio. Con puntualidad británica, descendemos 150 metros hasta la Valee Blanche mientras la luna creciente nos ilumina con su fulgor tenue. Reina la calma y únicamente las luces de Les Cosmiques y de la Aiguille du Midi desentonan en la escena. Nos estamos adentrando en el reino blanco y tenemos por delante más de 10 kms de zona inhabitada, hasta el refugio no vigilado de Vallot, que podría servirnos de cobijo en el caso de que algo saliera de forma inesperada. Todos caminamos en silencio, con el objetivo de la cima en nuestras mentes, aunque somos conscientes de que queda todo por hacer.
Y claro, la montaña es cambiante, ¡qué narices!, la vida en sí es cambiante. Y tras llevar una hora de caminata, nos topamos con que el paso para superar el primer serac, que ya habíamos practicado tres días atrás, ha cambiado y ya no es posible subir por ahí. Así que nos encaramamos a otra cuerda fija, a la derecha, y clavamos el piolet y crampones, para escalar 2-3 metros de nieve dura. En mi caso me resbalo en la primera intentona, pero una vez quitado el guante, me agarro bien a la cuerda y puedo subir sin problemas.
Superado este paso, seguimos avanzando por las empinadas laderas de Tacul, en las que subes 200 metros en media hora sin ir a un gran ritmo. Miras hacia abajo y eres consciente de que semejantes pendientes, de noche, con nieve dura, no son una buena superficie para autodetenerse con el piolet. Lo dejas estar y enfocas hacia arriba con tu frontal, obcecado.
Cerca de los 4000 metros nos encontramos con otro serac, esta vez con un tramo de escalada aún más largo, aunque con algunos escalones tallados. La caída en caso de fallo quita el hipo, pero de nuevo sigues firme. Nadie dijo que sería fácil.
Por fin, a las 3:50 llegamos al collado de Tacul, 4100 metros. La noche es ya más negra que el azabache porque la Luna se ha escondido en el horizonte, pero por el momento no hace nada de viento y se agradece. Comemos y bebemos algo, y nos duelen las manos de estar apenas un minuto sin las manoplas. Comenzamos el descenso sin más preámbulos, y bajamos hasta algo menos de 4000 metros para acercarnos llaneando hasta el imponente Mont Maudit. Su silueta se intuye recortada por el firmamento lleno de estrellas y hacia arriba podemos ver los frontales de los más avezados, ascendiendo por su ladera, conformando la cola de un cometa. Empieza lo serio.
Al poco de adentrarte en el Mont Maudit te das cuenta de que los que decían que era bastante empinado, se quedaban cortos. Y de hecho, el primer serac ya te obliga a hacer un paso horizontal muy expuesto seguido de una salida a la ladera, sin cuerda fija ni ninguna reunión. Aún así, ese paso es sencillo para lo que está por venir.
Sobre las 5:00 am llegamos al segundo serac del Mont Maudit, un glaciar-couloir de 45 grados de inclinación y algo más de 70 metros de longitud. Es el único camino posible. Una vez en la grieta previa, aseguro a Marcos con un nudo dinámico y accede a la placa helada por el lado derecho, por un tramo expuesto sobre una caída interminable. Es un momento crítico. El problema se agrava poco después y es que ahora Marcos está sobre una placa de hielo duro donde no puede clavar el piolet de ninguna manera; en otras palabras, no me asegura en absoluto y me toca subir con fe. Por suerte, lo cruzó sin contratiempos y empieza a clarear con fuerza, sin embargo la alegría va a durar poco. De repente, nos vemos en el glaciar del Mont Maudit, donde el hielo es azul… duro como un diamante y sin rastro de la cuerda fija de la que hablaban en las reseñas. Para avanzar tenemos que clavar el piolet con todas nuestras fuerzas, y la punta de los crampones… lo que hace que nuestros gemelos nos duelan muchísimo y hay que ir cambiando la pierna de apoyo constantemente. Y pensad que es una pendiente de 45 grados de inclinación… Avanzamos en diagonal, poco a poco, pero las vibraciones de mis agitados golpes de piolet hacen que se me salten los bastones que llevaba en la mochila para el descenso, perdiéndolos de forma irremediable. Y para más inri, empiezan a caer cascotes de hielo, que tira la pareja de milaneses con los que compartimos mesa ayer, y que está como unos 10 metros más arriba. Ayer hablando de las copas de Europa del Milán y de sí San Siro debe o no ser derribado y ahora aquí, colgados en medio de nada. No es su culpa, ellos golpean el glaciar con los crampones y piolet porque no pueden hacer otra cosa, necesitan que sus hierros penetren en el hielo para dar los pasos lo más seguro posible, y eso hace que salten pedazos. Cuatro granizos me golpean en el casco, con gran estruendo, y aun sin saber su tamaño, por un momento pienso en lo delicado que es este preciso instante. Se me pasa por la cabeza la posibilidad, no remota, de que un trozo grande me golpee y me desequilibre, sin estar asegurado a nada y cogido con pinzas al hielo… Miro hacia abajo y veo que hay unas 10 personas cubriéndose como pueden de los desprendimientos, ellos al menos están sobre la nieve, antes del serac. Más allá veo la caída interminable, un billete de viaje express a Chamonix, solo de ida y para dos, porque Marcos va unido a mí. En ese lapso de tiempo paso mucho miedo… Casi me paralizo. Levanto la cabeza y diviso, unos 5 metros por encima de Marcos, la cuerda fija, semi enterrada en el hielo. Eso puede ser el todo o nada. Al menos con un nudo de anclaje estaremos a salvo de una caída sin nos cae un trozo de hielo. Le grito con exasperación. “¡La cuerda fija, Marcos!” Él, por lo visto, ya la tiene fichada, así que me responde con rabia: “ya la he visto, estoy tratando de llegar, joder!” Como veis, la tensión esta a flor de piel.
Por fin, Marcos se ancla a la línea de vida, nunca mejor dicho, y por ende, yo también estoy asegurado. Todo el souffle se rebaja notoriamente, aunque nos quedan unos 60 metros de ascenso a 45 grados sobre hielo durísimo. No hay tiempo para pensar mucho. Empezamos a subir con firmeza y para mi sorpresa, los crampones y piolet agarran bastante bien, mucho mejor al parecer cuando estás anclado a una cuerda fija (jaja). Ahora en serio, me doy cuenta de que es un ascenso «ni bueno ni terrible» como diría Dyatlov. 10 minutos después damos alcance a un tramo mixto en el que las rocas tienen buenos asideros, y en el que me olvido de quitar el nudo de anclaje del tramo anterior de cuerda fija; esto me obliga a colocarme en una posición dolorosa, al borde del calambre en la pierna derecha, hasta que por fin consigo soltar el mosquetón. Seguimos avanzando y detrás de las rocas ya por fin se ve un último tramo, ahora con nieve dura sobre el hielo, en el que termina la cuerda fija, pero en el que ya te sientes mucho más seguro. 10 metros faltan para llegar al borde del Mont Maudit: 4350 metros. Marcos ha llegado, yo acelero el paso. Quiero estar al fin, seguro del todo. Cuando le doy alcance, veo directamente, todavía lejana, la cima del Mont Blanc y me asomo para observar el couloir y tomar esta fotografía.
Couloir de Mont Maudit
Sin demora, nos ponemos a caminar por el paso lateral. La ladera trasera del Mont Maudit es empinada y expuesta, pero después de lo que hemos sufrido en el couloir, parece pan comido. Nuestros pies nos duelen, en la zona de los dedos, por el frío del glaciar, así que apretamos el paso. Caminando y moviendo los dedos, los pies entran en calor, por experiencia. Además, está saliendo el sol. Descendemos un tramo corto hasta el Coll de Brenva, 4300 metros, y nos plantamos ante el último merengue: una colina redonda, 500 metros nos separan de la cima.
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Las fuerzas ya van justas, sin embargo, sabemos que no quedan pasos complicados, se puede saborear ya la cumbre. Pero justo en ese momento de felicidad efímera, se desata un viento racheado muy fuerte, que nos quita las ganas que tenemos de detenernos a comer y beber agua. Empezamos a subir una pendiente fortísima con nieve dura, bastante helada, pero con escalones, este si es el último paso arriesgado del ascenso. Recordad que estamos haciendo una circular y que no hay que volver sobre nuestros pasos
4500m. 6:30 h. El viento es muy molesto, sobre todo el sonido silbante, y Marcos, que es el más fuerte de los dos, comienza a sufrir de mal de altura. Yo me encuentro enérgico y le doy ánimos: el típico intercambio de roles. Además, no queda otra que subir a la cima para poder bajar, porque no tenemos una cuerda suficientemente larga para rapelar el couloir del Maudit; en otras palabras, el descenso se hace por la ruta de Gouter sí o sí, lo cual es una sensación extraña porque no te puedes volver sin la cima… Avanzamos de forma penosa, por la nieve pisada, y nos cuesta casi 2 horas cubrir los últimos 300 metros de desnivel, haciendo zetas. Adelantamos a una pareja que anda también sufriendo de soroche, le pregunto al chico arrodillado si está bien y me responde levantando el pulgar. Estamos todos al límite y este viento nos está robando la energía, así que me paro y le digo a Marcos «espera, que voy a hacer algo que necesito». Me quito las cuerdas y la mochila, y saco el plumas de Millet. Guardo el plumas de Quechua, de 35 euros, que ha hecho un papelón hasta aquí. Me da miedo que una ráfaga de viento se me lleve el plumas bueno o algo de la mochila: llevamos el saco de dormir, ropa de cambio, incluso el cepillo de dientes (no volver a pasar por el refugio es lo que tiene). Cuando me pongo el plumas gordo… ¡vaya cambio! Incluso mis piernas congeladas entran en calor. Seguimos avanzando y a cada montonera de nieve buscamos la cima con la mirada, rozando el paroxismo… pero siempre hay otra montonera más allá. Interminable.
4810m. 8:13 h. Finalmente, Marcos ve a varias personas quietas e incrédulo, se da cuenta de que ya no hay más montaña por ascender. Se gira y levanta los brazos con cansancio, en señal de victoria, y se deja caer sobre las rodillas. El viento es fortísimo… de hasta 60 kms/h, y por eso es una cima insípida y nerviosa. Al agotamiento se suma el frío, el viento, y la certeza de que hay que descender 2500 metros de desnivel todavía… Hacemos la foto de rigor y comenzamos el descenso. En total, no hemos estado en la cima ni 5 minutos.
El descenso lo hacemos con lentitud por la afilada arista somital de la ruta normal, pero Marcos necesita bajar metros para encontrarse mejor, así que es mejor ir cubriendo metros cuesta abajo. El viento racheado nos hace temer que nos pueda desequilibrar, pero no llega a tal extremo. Nos vamos cruzando a varios montañeros que van rumbo a la cima por la normal, y a uno le hundo la vida porque me pregunta acerca de cuánto queda para coronar y le respondo «Less than one hour» y se sorprende/indigna muchísimo… y me responde: “one hour?! Come on! And after that, comeback…” debía de pensar que le quedaban 5 minutos el hombre.
El próximo paso son la Arista des Bosses, que son algo comprometidas, aunque después de todo lo que hemos venido superando, nos parecen una chorrada. Todo es relativo, dicen.
Minutos después llegamos al refugio no vigilado de Vallot, en donde nos sentamos un poco a descansar, beber agua, comer algo y ponernos protector solar. Marcos insiste en seguir bajando… y es que el mal de altura cuando te coge, no te deja en paz. Lo bueno es que ya no hay ni rastro de ese viento que nos ha amargado la cumbre. Como no hace buena cara, le hago caso y me levanto para seguir caminando.
Refugio de Vallot
Subimos el Dome de Gouter y vemos por fin el refugio homónimo, unos 200 metros más abajo. Me duelen mucho las piernas y la espalda… porque el peso de la mochila roza los 20 kilos, pero ya solo queda sendero hasta Gouter. Nada complicado. Una vez en el refugio (3800m), nos pedimos una sopa caliente y recargamos pilas durante una hora. Aún quedan 1500 metros de desnivel hasta Nido de Águilas y no podemos ni con las pestañas. Descubrimos, al abrir la mochila, que las botellas de agua se han congelado… Primera vez que me pasa. El principal sospechoso es ese viento helador de la parte alta.
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Cara de agotado
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A continuación, toca el destrepe de siergas desde Gouter hasta Tete Rousse, pasando por la temida Bolera, que nos espera haciendo de las suyas, tirándoles piedras a unos rusos. Y por fin, ya solo tenemos por delante un sendero hasta Nido de Águilas, donde llega el tren cremallera. Mis rodillas están bastante cargadas pero no queda otra que seguir bajando, con inercia, pensando en ducha, cena y cama. 15 horas hace ya que partimos del Refugio des Cosmiques.
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Destrepando a Tete Rousse (3600m)
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Nido de Águilas (2300m)
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Tren cremallera
En el tren cremallera Marcos se queda dormido. El trayecto dura 1 hora hasta San Gervais, y ahí cogemos otro tren hasta Les Bossons, el barrio de nuestro camping, donde Nuria nos espera con unas cervezas bien frías. Hay que celebrar que hemos subido el Mont Blanc en el Día Nacional de Francia, antes de acostarse.
Hora de dormir.
DieQuito
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