• En la ciudad roja

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    Anoche salimos de marcha por Marrakesh, celebrando la consecución del reto Toubkal 2014. EnLe Salema degustamos una shisha típica de aquí  y un par de cocktails a ritmo de música house con toques árabes. No hicimos muy tarde porque por un lado el cansancio del viaje ya se deja notar y porque hoy teníamos varias cosas que visitar.

    A primera hora hemos ido a la Madraza Ben Youssef, una escuela coránica con una imponente plazoleta central en la que las ornamentadas paredes se reflejan en la lámina de agua central. Es muy curioso ver como vivían los estudiosos del libro sagrado islámico, recogidos en habitáculos sin apenas iluminación. Los patios (imagen 1) también te dejan sin aliento.

    A continuación hemos visitado el museo de Marrakech, que tiene muy poco que merezca la pena salvo su salón central y una vanguardista exposición de fotografías que tiene todas las pintas de ser una muestra temporal.

    Después hemos ido a ver cómo tiñen los foulares de touareg con los que estamos tan descontentos y hemos descubierto que, paradojas de la vida, son los de tinta química los que manchan y no los de pigmentos naturales (imagen 2).

    Se ha hecho la hora de comer y hemos ido a callejear por la Kasbah con ánimo de encontrar un lugar económico y lo más gracioso ha sido a quién me he encontrado. Nos hemos sentado en la terraza de un kebab y hemos escuchado a unas chicas españolas hablando en la mesa de al lado. He empezado a mirar a una de ellas ya que me sonaba muchísimo. Ella me ha mirado dos veces, supongo que mas por inquietud que por otra cosa. De repente tenía casi al 100% claro de quien se trataba, pero al lanzarme a preguntar he optado por cuestionar antes de dónde eran… Al escuchar Zarag… he dicho ya sin ambages: yo te conozco. Resulta que hace apenas 10 días mi gran amigo Nacho me presentó a esta chica en Zaragoza, con la que estuve hablando apenas un cuarto de hora. Ella ha caído rápidamente también. Ha sido muy surrealista y vemos de nuevo que el mundo es un pañuelo muy pequeño.

    Tras la comida nos hemos ido los cinco a visitar las tumbas Saadies, de las que destaca especialmente la sala de las 12 columnas y el Palacio de la Bahía, que destaca sobre todo por el penoso estado de conservación para tratarse de un complejo construido en el siglo XIX.

    Antes de llegar al Palacio ha caído el diluvio universal con granizo incluido. Todo el mundo parecía muy sorprendido así que este tipo de aguaceros no deben de ser muy comunes pro estas latitudes.

    Hoy es nuestra última noche y mañana ya nos toca volar así que habrá que despedirse de este país dando una vuelta por ahí, a ver si todavía se puede rascar alguna anécdota de última hora.

    DieQuito

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  • La aventura en el Atlas llega a su fin, turno para Marrakech

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    Antes de hablar de Marrakech, conviene hablar de la emotiva cena que degustamos anoche con nuestro guía Hamid, a quien le dedicaré un artículo más adelante por haber sido un excelente compañero, y con Abrahim, organizador del trekking.

    Fátima, la mujer de Hamid, cocinó para nosotros un excelente tallin con carne de cabra que estaba para chuparse los dedos. En la tranquilidad de la noche de M´Zik, nuestras carcajadas resonaron por todas las paredes de adobe del poblado. Las conversaciones de sobremesa son pura magia cuando las rodea un ambiente cordial. Sin embargo, por otro lado, la tristeza dominaba el ambiente, un ambiente de última cena.

    Después de la cena y con los frontales encendidos, Alberto y yo hemos descendido hasta Im-lil, en donde habíamos quedado con Elisa y Perrine, unas francesas viajeras con las que estuvimos conversando hasta altas horas. Ellas me dijeron el mejor piropo que me habían dicho nunca, que yo les recordaba a Alexander Supertramp por mi forma de ser y también por mi físico (escondido tras una generosa barba).

    Al despedirnos de las marsellesas hemos regresado a M´Zik. Cansados, planeábamos dormir plácidamente, pero la tormenta que atacaba a la alta montaña ha descendido al valle en forma de vientos huracanados que amenazaban con reventar las ventanas. No he podido pegar ojo, otra vez.

    A primera hora hemos cogido de nuevo un Mercedes  sacado de una tienda de antigüedades y antes de partir hemos echado la vista atrás en busca del Toubkal, cubierto por completo por la bruma. De nuevo damos las gracias al clima… por la oportunidad.

    Ya en Marrakech, tras instalarnos en un pintoresco a la par que barato hostal ubicado en el pleno centro de la ciudad, hemos ido a un centro comercial, desesperado por comprar alimentos sin gluten. A pesar de mi ilusión, mis peores presagios se han confirmado y el área de productos específicos para celiacos ocupaba dos baldas de apenas un metro de longitud (tomate frito, galletas simples, fussilis y spaguettis) 4 míseros productos en un hipermercado de la firma Carrefour. Sorprendente e inquietante porque se intuye una elevada falta de diagnóstico.

    Están tan atrasados en este asunto que, cuando le he preguntado a un responsable acerca del pan sin gluten, me ha llevado ante el panadero y sin consciencia alguna de estar haciendo un ridículo espantoso, le ha preguntado sí había horneado pan sin gluten. El obrador, se ha quedado más patidifuso que yo, si cabe.

    A falta de celiacos declarados y ante la lógica imposición de la ley de la oferta y la demanda, nadie vende productos sin gluten.

    Me dispongo a echar una siesta en este preciso momento, para coger fuerzas para la noche árabe, que servirá de celebración por la cima del Toubkal.

    DieQuito

    De nuevo en el valle 

    (artículo publicado a primera hora por Jorge Puente, antes de emprender el viaje en coche a Marrakech)

    Su plan para tratar de ascender el Ras Ouanoukrim se vio ayer truncado por un clima especialmente inmisericorde (ver imagen) y tras mucho deliverar y a pesar de haber estado listos para partir hacia la cima desde las 5 de la madrugada; hacia las 9, Diego y Alberto emprendieron el largo y tedioso descenso hasta M’Zik.

    Han pasado la noche en este pueblo bereber y hoy, a primera hora, han puesto rumbo a Marrakech. El mal tiempo que ayer azotaba las altas cumbres del Atlas se ha deslizado hacia el valle y el viento apenas les ha dejado pegar ojo. En Marrakech por fin, obtendràn su merecido descanso.

    Jorge Puente 

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  • Marrakech

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    Pues va a resultar que me está gustando y mucho Marrakech. Quizás el motivo resida en que me esperaba una ciudad tan poco civilizada como Delhi, tan sucia y ruidosa, y en cambio me he topado con una urbe en la que todo está muy limpio y hay poca densidad de viandantes. Alberto y yo lo hemos resumido en una palabra: “occidentalizado”.

    En Marrakech predominan los tonos salmón, como si de un enorme suplemento de economía de un periódico se tratase. Eso es lo que más llama la atención en un primer momento. Eso y que no hay ningún edificio que supere las 5 plantas (todo tiene que ser más bajo que la torre de la Medina; algo parecido a lo que sucede en Zaragoza con las torres del Pilar). No hay que obviar tampoco las magníficas vistas de la cordillera del Atlas y de sus colosos nevados, que se ven desde que asomas la cabeza fuera del avión.

    Después de instalarnos en el hotel, hemos dado un largo paseo hasta la Medina, que nos ha recibido al ritmo impuesto por el canto del muecín. Y tras comer algo de carne a la brasa (hay que coger fuerzas) nos hemos adentrado en los puestos de la plaza principal. Allí hemos podido ver serpientes, aves de cetrería, monos, tatuadores de henna y muchos puestos de zumos tropicales, especias y hasta puestos para comprar trufa negra. Finalmente nos hemos adentrado en el bazar y sus laberínticos pasajes en los que no han tardado mucho en timarnos, vendiéndonos un foulard de touareg que tinta todo lo que toca y una pulsera de cuero a precio de oro.

    Ahora escribo desde el hotel, antes de regresar de nuevo a la plaza, que es todo un espectáculo bajo el manto de estrellas según me han comentado.

    DieQuito

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