Cuando estás en el Kremlin, te vienen a la mente las imágenes de los belicosos desfiles de la Guerra Fría con grandes misiles balísticos y hordas de soldados del ejército rojo que marchan acompañados de canciones militares rusas. Estos desfiles tenían lugar justo al otro lado de las murallas, en otro sitio de leyenda, la Plaza Roja.

El Kremlin es el centro neurálgico de la Rusia de hoy, de ayer y siempre y todo está impregnado por un misticismo muy especial. El edificio parece haberse quedado anclado en el pasado y es que cuando accedes a él viajas a otras épocas. La Catedral de la Anunciación, la Catedral del Arcángel y el resto de edificios del recinto te trasladan a tiempos de Stalin, Lenin o e incluso de Napoleón (que pasó varios días en su interior, en plan conquistador, antes de que llegase el crudo invierno ruso que le obligó a retirarse).

Entre otras curiosidades en su interior alberga uno de los cañones con mayor calibre del mundo (sino se trata del mayor).

También tiene como interesante el museo de la Armería, con joyas del calibre de los Huevos de Fabergé. Una visita imprescindible en Moscú, pero desde mi punto de vista, más por las sensaciones que evoca que por el edificio y obras arquitectónicas en sí.

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