A la salida del pueblo de Arnad, a medio camino entre el Gran Paradiso y la ciudad de Milán, se encuentra La Gruviera, una pared de escalada con muchas vías bien señalizadas en las que se puede seguir mejorando en la técnica de la escalada. Llegamos allí a media mañana porque además de la hora y pico de carretera, habíamos tenido que desmontar todo el camping y conseguir que todo cupiese en las maletas. De camino hemos visto el Mont Blanc desde el valle de Aosta y se asemeja algo al K-2 desde esa vertiente.
Al llegar, unos estudiantes suizos de campamentos habían copado muchísimas vías pero pudimos ponernos a hacer vías de 5b, incluso un 6a que encadenó Javi y que yo conseguí ascender como segundo en el punto más crítico. A partir de la 1 del mediodía el sol empezó a pegar de lleno y la escalada se tornó en un suplicio así que decidimos ir a un restaurante cercano a tomar una pasta al pomodoro antes de emprender el definitivo camino a la ciudad de Milán.
Después de dejar todo el equipaje en el el Hotel Old Milano, nos fuimos al Duomo. Después de varios días pasando frío en el valle de Valsaverenche, la capital de lombardía nos recibió con un calor húmedo abrasador. Como la Piazza del Duomo era así de calurosa, nos fuimos a la Vía della Spiga a flipar con los precios locos (como una chaqueta de 20000 euros, por ejemplo) y al Teatro alla Scala.
A las 20:30 quedamos por fin con María, una vieja amiga de la universidad que nos llevó consu marido a la zona de Navigli. A esta pintoresca área de Milán que no conocía, se accede por una dársena en la que presenciamos un atardecer rojo de los que no se olvidan en la vida. Eso fue un buen antipasti antes de entrar en el Canal de Navigli, que me pareció un rincón muy especial. Las casas de la orilla son de colores, y recuerdan a Burano, y la imagen general te traslada a los canales de Amsterdam. Sin duda, el lugar más bonito de esta ciudad industrial que se levanta a pie de los Alpes.
Cenamos allí en una pizzería con horno de piedra llamada «I Capatosta» que es muy recomendable tanto por la comida como por el precio. Y luego celebramos la cima con unas copas en una de las terrazas de la zona en la que había un ambientazo para ser martes. Navigli es un sitio por el que merece la pena volver a Milán.
Hoy nos hemos levantado temprano porque había que ir hasta el aeropuerto de Bérgamo y devolver el coche de alquiler antes de facturar las maletas. Llegando al aeropuerto hemos buscado gasolineras para limpiar el coche, pero tienen un buen negocio montado y es que, como son conscientes de que todo el mundo tiene que lavar el coche antes de devolverlo en la docena de empresas de alquiler, tienen empleados que te asean el vehículo a precio de oro: 8 euros el aspirado interior y no sé cuánto por el lavado por fuera. Finalmente hemos encontrado una gasolinera en la que hay un aspirador huérfano que nos ha hecho el papel por tan solo 50 céntimos. Hemos echado combustible allí y mientras llenábamos el tanque he utilizado el limpiador de cristales extensible para darle un repaso a todo el coche. Lo nunca visto. Al final se ha acercado la empleada de la estación de servicio para pedirnos que nos marcháramos.
Ya en el aeropuerto hemos tenido que hacer encaje de bolillos para cuadrar los pesos de las maletas, porque pesarlas en las básculas que tienen en la zona de facturación cuesta 2 euros por cada paquete (alucino con estas cosas). Ya en el avión, todavía he tenido tiempo para otra sorpresa y es que me he encontrado con Anita, que ha sido mi compañera de viaje. Un buen final para esta aventura alpina.
En agosto, rumbo a Zermatt para ascender el Cervino.
DieQuito
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