Unas ciruelas ecológicas que compramos ayer en Kravice han sido el plato principal del saludable desayuno de hoy. Tras empacar todo el equipaje, guardarlo en la consigna, y hacer el check out y nos hemos dirigido a la parte alta de la ciudadela amurallada, hasta la imponente torre Minceta. Dubrovnik será la Perla del Adriático, pero sobre todo es la ciudad de los gatos, porque cientos de ellos vagan por sus callejuelas empedradas, sin collar ni aparente dueño.
Si hay algo que imputar a este destino es el exceso de turismo, problema del que nosotros mismos formamos parte. Los extranjeros abarrotan las aceras, ataviados con su cámara digital, su sombrero de mimbre y su sonrisa despreocupada. Su outfit de sandalias Birkenstock y calcetines blancos los delata. Y eso teniendo en cuenta que este verano es todavía especial. Ayer Iván nos comentó que había menos visitantes que hace dos años, ya que la pandemia ha afectado mucho a los cruceros, que se han reducido tanto en número de rutas como en la cifra total de pasajeros, debido a las restricciones de aforo.
Cuando hemos abandonado los muros de la ciudad vieja por última vez, la tranquilidad nos ha dado un balsámico abrazo: dejamos atrás el bullicio… para visitar, a partir de hoy, una Croacia menos masificada.
Antes de recoger nuestras maletas, hemos bajado de nuevo al Club Boninovo, para darnos un último remojón en los acantilados, y allí hemos conocido a los uruguayos Matías, Ana e hijos, con los que hemos mantenido una agradable conversación sobre la importancia de conocer otras culturas para valorar más los lujos de los que disponemos en Occidente: que mane agua potable del grifo es algo que nadie valora en Europa, y que apenas es posible en gran parte del planeta.
A primera hora de la tarde nos hemos partido en autobús + ferry rumbo a Korcula, una isla croata de villas marineras, poblada de viñedos y olivares, con la promesa de encontrar allí las playas de arena que se nos han negado en Dubrovnik.
Korkula es una curiosa villa pesquera con una península en la que se ubica su casco antiguo. Nada más llegar y antes de acicalarnos para la cena, hemos salido a dar un paseo para ver las mejores áreas de esnorkel y las calles empredadas antes de que se marchara el sol de la tarde. En el muelle deportivo hay un buen puñado de yates de superlujo atracados y justo allí hemos disfrutado de un precioso atardecer.
Tras la necesaria ducha hemos salido bien arreglados para recorrer todo el paseo circular del recinto amurallado. En los flancos del recorrido se solapan las terrazas de los restaurantes, los farolillos y las ramas de los altos pinos. Korkula tiene bastante bullicio, no como Dubrovnik, pero sí que se percibe que este es sin duda el mes del año en el que hacen caja. En una callejuela adyacente, con grandes escalones, hemos encontrado el Bar de Leo, que ofrece precios más económicos que los restaurantes del boulevard. Cuando nos hemos sentado nosotros la terraza estaba vacía, sin embargo, hemos sido como un imán y tres parejas más han ocupado las mesas en cuestión de 20 minutos. No hay nada peor para una taberna que tener todas las mesas vacías. El buen hombre se ha llevado una gran alegría.
Después antes de acostarnos, hemos caminado por el muelle para ver los yates antes de la medianoche y hemos paseado por la city beach hasta la mejor heladería de Korkula, la Marco homemade icecream, que se sitúa poco antes de la piscina de waterpolo de Korkula. Los helados son como la mejor dormidina del mercado.
DieQuito
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