Es Semana Santa en España y por eso todo el mundo sube constantemente fotografías procesiones a las redes sociales. Echo de menos el olor a incienso, sus rítmicos bombos y su ambiente funesto, que se acentúa con los caperuzos.
Pues ayer me sorprendí porque una especie de procesión pasó por todo Pahar Ganj, portando imágenes, con costaleros y todo, y con tambores y trompetas, al más puro estilo de la Semana Santa española.
Por lo que me explican los lugareños se trataba de una ofrenda personal a los dioses. Ese señor sí que tenía que tener pecados que confesar porque para contratar a un ejército de penitentes hace falta verse muy contra las cuerdas, en este caso contra el infierno.
El otro tema que comento hoy no es tan agradable porque si bien mi iPhone se salvó en octubre de una muerte segura, ayer sufrió un terrible accidente. En esta ocasión el culpable fue un perro a medianoche, mientras llegaba a casa. Comienza a perseguirme y yo, a pesar de los esfuerzos por ahuyentarle, me veo obligado a poner pies en polvorosa con tan mala suerte que me tropiezo y caigo con el teléfono en la mano… Mi cara en ese momento debió de ser de película de terror porque cuando me di de bruces sí que creía que el can se iba a abalanzar sobre mí y a morder. Para mi sorpresa decidió marcharse. Mi felicidad duró muy poco; miré a la pantalla del teléfono y una infinita telaraña de grietas había cubierto la pantalla. El móvil funciona todavía pero esta semana tendré que volver a visitar a Daljeet para que me cambie este cristal que ayer no fue tan gorila como pretende.
InDieQuito
Comentarios recientes