Ahí abajo hay un féretro abierto de par en par esperando al próximo torpe.
Francisco de Orellana fue un célebre explorador y conquistador español que dedicó gran parte de su vida a explorar el río Amazonas. En 1541 partió desde Quito hacia el oriente en busca de El Dorado, una supuesta ciudad milenaria construida íntegramente con oro. Murió persiguiendo su sueño.
La ruta que Orellana recorrió en dirección a la Amazonía estremece. Es el valle del Machángara, un río que circula por el fondo de un desfiladero con pendientes muy acusadas y que hace cinco siglos estaría poblado por animales salvajes, temibles enfermedades tropicales y una espesa vegetación.
Esta mañana salimos de Cumbayá, ubicado en el valle que cruzó Orellana camino de su ansiado Reino del Oro, en dirección a Guayllabamba. 60 kilómetros por caminos en medio de bosques tropicales (imagen 1) y senderos al borde del abismo (imagen 2). En esos senderos tan peculiares a uno se le pasaba por la cabeza qué podría suceder con una repentina pérdida del equilibrio…todos sabemos ir en bicicleta pero un mínimo fallo y te caes por ahí (imagen 3) y no te rompes una pierna, te rompes la vida. Lo importante era ir con sumo cuidado y a velocidad de caracol.
A unos 15 kilómetros de El Quinche descubrimos una antigua mina de cal con un montón de túneles ramificados que convertían a la montaña en un queso de gruyere. Nos adentramos por algunos de ellos, pero al no tener linterna ni frontal no pudimos penetrar en los oscuros pasadizos donde la luz exterior era ya solo un recuerdo.
Y por fin, sobre la una del mediodía (20:00 hora española), llegamos a nuestro destino y degustamos platos típicos de Ecuador como la empanada de morocho y el «Yaguar Locro», una sopa de papas con cebolla, tomate, aguacate, callos y sangre frita. Un plato contundente para reponerse de 3 horas y media de pedaleo bajo este sol abrasador que no tiene piedad ni con los deportistas.
DieQuito
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