Los cables de la red eléctrica de San Francisco de Quito me recuerdan a un pésimo estudiante de secundaria al que se le ha acumulado el trabajo. Los postes de la ciudad están atestadísimos de cables que se sujetan de una manera incomprensible. Y claro, ahora los quiteños dicen que supone muchísima faena enterrar todos los cables a la vez; lo que yo decía, es un caso idéntico al de ese estudiante que una vez en junio les pone la excusa a sus padres de que el temario es demasiado grande como para aprendérselo en una semana.
Hay que reconocer que el trabajo sería faraónico y más con este inestable firme. Sin embargo hasta que no decidan ponerse manos a la obra, seguirán teniendo frecuentes cortes de luz y fachadas atrincheradas tras este antiestético símbolo de progreso.
Hace un par de días fui al supermercado para llenar mi despensa, ahora ya no estoy en un hotel como bien sabéis y era el momento de comprar gel, champú, esponja y otros enseres básicos. Paseando entre los lineales empezaba a tener la sensación de estar dando vueltas en círculo como un montañero en un bosque con neblina. Rápidamente tenía el champú en mis manos, tuve un poco más de dificultad para hallar la esponja, pero lo del gel empezaba ya a ser cosa seria. Al final opté por preguntar, y el dependiente me condujo a la zona de gominas. – Bien, me dije para mí, pero si no quiero ser tan pegajoso como un chicle derretido por el sol, tengo que plantear de nuevo la pregunta, escenificando si es necesario. Al fin nos entendimos y me llevó a una estantería que ya había visto por lo menos 10 veces sin percatarme de que aquello era el jabón de ducha que se utiliza aquí en Ecuador. Se trata de una especie de jabón de manos que se frota directamente por el cuerpo como si fuera una esponja. Por eso no había apenas esponjas… Encontré por fin un gel líquido de granadina y a pesar de su desorbitado precio, fue directo al carrito. Hay costumbres que prevalecen.
DieQuito
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