• Las cascadas de Kravice y la icónica ciudad de Mostar

    Andaba yo a las 6 de la mañana, inmerso en uno de mis emocionantes sueños cuando ha sonado la alarma, que no parece tener compasión con los viajeros. Sino llegamos a poner despertador, creo que hubiéramos abierto los ojos a las 11, como pronto.

    Sin tiempo para lamentaciones, hemos pasado por la ducha y nos hemos preparado una pequeña mochila con todo lo necesario para la excursión a Bosnia.

    La excursión a Mostar con Civitatis te ofrece la posibilidad de visitar uno de los símbolos de la guerra de los Balcanes, el puente de Mostar, en el día y sin ninguna complicación. Es la segunda vez que viajo con ellos (la primera fue desde Bucarest a Bran, Peles, Brasov y Sinaia) y de nuevo he quedado muy satisfecho.

    A las 6:50 am, un pequeño microbús con otros 11 españoles, el simpático guía Iván y el chófer Gabriel, ha doblado la esquina y nos ha recogido, previa comprobación de que portábamos toda la documentación necesaria para cruzar la frontera de Bosnia: pasaportes, test de antígenos y certificado europeo de vacunación.

    Esperando en la aduana de Bosnia

    Iván ha ido explicando desde el primer momento las curiosidades de la ciudad de Dubrovnik, su talante negociador y su creciente fama de lugar de veraneo desde la Edad Moderna. También ha entrado en otros detalles de índole geológica y ha explicado que las mil islas de Croacia son una barrera natural para las olas y que por ello no existen playas de arena en la costa de Dubrovnik. El público al principio era un poco reticente a escuchar la perorata (May incluso ha dormido dos horas), pero tras entrar en Bosnia, la explicación se ha adentrado en el ámbito de la política y en las barbaridades de la guerra, todavía candente, que diezmo aquellas tierras baldías, y todos los presentes escuchábamos con los ojos como platos.

    Hemos pasado cerca de un par de incendios, que son muy difíciles de controlar en Bosnia porque los bomberos temen encontrarse con las miles de minas antipersona que aguardan bajo la hojarasca, agazapadas como un pez piedra, esperando a su víctima.

    La primera parada ha sido en las Cascadas de Kravice, que es un paraje natural ubicado en un recóndito rincón de un bosque de Bosnia que es de visita obligada. Si te gusta la naturaleza, este es un lugar ideal para sacar fotos para enmarcar y para darse un bañito refrescante. Nosotros no llevábamos el bañador, así que nos hemos tenido que conformar con disfrutar de las vistas. Por fortuna, es un sitio con muchos espacios con sombra y el agua atomizada de las cascadas hace que sea un lugar fresco e ideal para un picoteo.

    A una media hora de allí está Mostar, el destino final del día y la parte cultural del viaje. Los españoles son muy bien recibidos en la ciudad por su contribución a la paz en las misiones de los cascos azules e incluso tenemos una plaza dedicada.

    Navasca, nuestro guía de Mostar, también se defendía bastante bien con el castellano y ha explicado brevemente la historia de ciudad, haciendo especial hincapié en el puente, destruido en 1993 durante los bombardeos y reconstruido en 2004 utilizando los mismos métodos constructivos que en el original, para lograr una réplica lo más exacta posible.

    En la actualidad y desde hace cinco siglos, los más atrevidos saltan desde la punta central. 21 metros de caída al vacío para los 4 metros de profundidad de las aguas del río Neretva. Hay que saber hacerlo y muchas veces ocurren accidentes.

    Después de eso ha llegado el turno para recargar energía y May y yo hemos ido a comer al restaurante Irma. Por una cuenta total de 13 euros hemos comido queso, cebolla, tomate, pimiento asado cevaci y Pjleskavica. Unos precios muy competitivos, y eso que estamos en una de las ciudades más turísticas del país, sino es la más visitada.

    Poco después, en una cafetería nos hemos tomado una hurmasica (postre típico) y un par de ice coffees para tratar de mantenernos despiertos a la vuelta y hemos callejeado un poco por las calles aledañas al centro, mucho más calmadas.

    De regreso a Dubrovnik, todos los pasajeros del microbús estaban más dicharacheros y nos hemos pasado la tarde hablando con Natalia, Sara, Ana, Judit y Álvaro, todos de Olesa de Montserrat, viajeros empedernidos y muy divertidos. Hemos intercambiado impresiones tanto de la excursión de hoy como de otros viajes del pasado. Quizás nos volvamos a cruzar en algún viaje del futuro, quién sabe.

    De nuevo en Dubrovnik y tras una ducha reparadora y necesaria, May y yo hemos ido a cenar al restaurante Rennaisance, ubicado bajo una arquería en una tranquila calle de la ciudad vieja, en el que se puede disfrutar de un pianista en directo. Lo mejor del restaurante es el ambiente, ya que la relación calidad precio no es la más adecuada, pero creemos que es un mal endémico de esta turística ciudad.

    Después hemos vuelto a dar un paseo con Nima y Marisa, pasando de nuevo por la heladería Peppino, como ritual obligado, antes de volver a coger la cama con mucha necesidad. Hoy programamos el despertador para una hora mucho más razonable; necesitamos dormir ocho horas seguidas.

    DieQuito