Hoy era día de bici por el Chaquiñan porque ayer la ley seca definitivamente hizo mella en la gente, y aunque sea posible conseguir alcohol como ya quedó demostrado el viernes, las ganas de fiesta se habían trasladado al fin de semana siguiente y más que un sábado parecía una tarde de domingo. Así pues, el día de la madre he madrugado más que de costumbre para ir a hacer ejercicio por estos paisajes de ensueño.
Eran casi las 7 de la mañana cuando he abierto el ojo; hay un gallo que vive cerca de aquí y todas las mañanas toca su trompeta para anunciar al personal que un nuevo día ha llegado. Como la primera vez que lo escuché fue entre ensoñaciones, más tarde al recordarlo pensé que se trataba de un sueño. El canto de un gallo lo asocio a otros tiempos, otras épocas, mediados del siglo XX como poco. Sin embargo pasan los días y la situación se repite así que ya me ha quedado claro que en esta urbanización hay un amante de los animales que tiene al jefe del corral como mascota.
Ha merecido mucho la pena. Alejarse de la ciudad, en compañía de amigos y con bici prestada, te hace desconectar y ver cosas que en Quito, hace décadas que no se ven. Por ejemplo, por el camino campan a sus anchas vacas lecheras, caballos y gallinas: animales sueltos que ponen a prueba tus reflejos porque ni usan los intermitentes ni les preocupas lo más mínimo. Cada ciertos kilómetros hay puntos de hidratación en los que venden unos deliciosos jugos naturales de plátanos, naranjas, zanahorias y cientos de frutas para reponerse del esfuerzo.
La próxima semana se prevé más dura físicamente, no solo habrá paseo en mountain bike: solo os diré un dato… Volcán Pichincha 4.794 metros.
DieQuito
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