El Pirineo es una cordillera alucinante. Llevo varios años haciendo montaña y todavía me quedan infinidad de picos por descubrir aquí al lado de casa. Este fin de semana he encontrado la felicidad en el Balaitús. Una montaña situada al fondo del valle de Tena, en un agreste y escondido rincón con unas vistas de postal.
El sábado por la mañana aparcamos los coches en el embalse de la Sarra, al que se llega tras 2 o 3 kms de serpenteante carretera alpina. Allí nos colgamos las pesadas mochilas y pusimos rumbo al refugio de Respomuso, el mismo que fue alcanzado por un alud en el invierno de 2015 y que todavía no está completamente acondicionado tras el impacto.
Apenas encontramos escarcha hasta mitad de camino y a partir de allí, la nieve estaba blanda y no fue necesario calzarse los crampones. La presa del embalse de Respomuso se divisa desde la lejanía rodeada de blancas laderas; parece un paisaje del Señor de los Anillos.
Llegamos a media tarde y, tras ponernos cómodos, pasamos las horas disfrutando del estupendo sol hasta el final del día, momento en el que preferimos arrimarnos a la estufa de pellets.
Nos acostamos temprano, pues el despertador sonaba a las 5 de la mañana; queríamos ponernos a caminar antes del alba. Puede que haya sido una de las pocas ocasiones en las que he dormido en condiciones en un refugio. Sonó la canción de piano con la que se despierta Patrick Bateman y me costó demasiado rato encontrar la forma de parar la alarma, síntoma inequívoco de mi empanamiento. Esto rara vez sucede, lo normal es estar esperando la alarma durante horas, mirando al techo.
Tras picar un poco, equiparnos y vestirnos con todo el material de montaña para la ocasión, salimos raudos rumbo a la brecha Latour, en la que queríamos estar antes de las 8 de la mañana. Al principio, el caminar fue oscuro y repetitivo, porque la noche estaba todavía entre nosotros. Pero cuando empezó a amanecer, divisamos la cresta del diablo y el maravilloso pico Frondellas y las vistas fueron mejorando. El Balaitús se escondía.
El amanecer llegó y con ese espaldarazo cálido decidimos encordarnos por fin, cerca del paso más complicado de la ruta, la brecha Latour. Ya al pie de la brecha, las vistas son imponentes. Un couloir de unos 150 metros que se erige empinado
como única vía posible hacia la cumbre.
Ascendimos veloces, asegurándonos en algunas cuerdas fijas y clavando estacas. Es especialmente delicado el último trozo, un tramo mixto de hielo, nieve y roca en el que, ascendiendo en ensamble, la seguridad no parece estar presente. Después de coronar esta zona, por fin la cumbre del Balaitús se asoma, todavía a una hora de distancia y con esbelta pala de nieve dura mediante que nos conduce hacia la zona más alta de la montaña.
Un insulso trípode de hierro corona este pico, lo que parece querer restarle valor, aunque no en nuestros corazones, que todavía laten acelerados tras el último arreón de la jornada. En mi reloj marcan las 11 de la mañana. Tras el abrazo y la foto de rigor, comenzamos a descender, sabiendo que nos quedan 3 tramos de rápel y unos 15 kilómetros de caminata hasta el coche.
Las dos cordadas de tres no son la mejor formación para rapelar rápido, especialmente si tenemos en cuenta que los lugares para hacer reuniones tienen un espacio ridículo. Estuvimos unos 45 minutos colgados de nuestros nudos de anclaje mientras uno tras otro íbamos completando rápeles de 60 metros. Entre en segundo y el último tramo de rápel, el lugar de la reunión era espacioso, por contra, estaba en la umbría. Los tres cuartos de hora allí se hicieron largos por las bajas temperaturas, y el miedo a que la cuerda quedara enganchada en algún risco. Finalmente todo salió bien y conseguimos alcanzar el refugio en torno a las 15:30 de la tarde. Quedaban unas dos horas de sendero todavía y el viaje a Zaragoza. Y hoy a trabajar. Luego dicen que no amamos la montaña… En dos meses, rumbo al Gran Paradiso.
Termino con un vídeo realizado con fotos del teléfono y vídeo de la cámara del casco. La música la pone Tycho «Dictaphone´s Lament»
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