Antes de venir a París tenía más o menos una idea forjada en mi cabeza sobre cómo era la ciudad, cómo eran sus gentes y cómo era el día a día. Lo cierto es que tras el fin de semana ya sacó conclusiones y distan poco de las hipótesis.
En primer lugar me imaginaba una ciudad muy monumental, cargada de historia y edificios antiguos, incluidos los que tienen viviendas. Y sí, la mayoría de edificios tiene ese tono beige que corresponde más a un palacio que a una casa, y ese techo azul oscuro o negro que me recuerda al siglo XIX, a los detectives y al fantasma de la Ópera.
Sus habitantes. Se nota a la legua que saben de cultura, dónde disfrutar de una buena comida, cómo combinar la ropa y hasta catar los sabores secundarios de un vino. Quizás vengo del país más hortera del mundo, pero la gente de París me ha transmitido que tiene estilo y elegancia.
El día a día me lo imaginaba lluvioso y eso es exactamente la palabra que resume el clima de la capital de Francia. Lo que todavía no sé es cómo se lanzaron a montar EuroDisney aquí, con la cantidad de precipitaciones anuales que tiene. Supongo que a pesar de las lluvias, la zona más poblada de Europa necesitaba un parque temático de esas condiciones.
Por último, remarcaría también el ambiente artístico. No me refiero a los museos, sino a todos aquellos bohemios y artistas en ciernes que explotan París en busca de la inspiración artística. Músicos, pintores, escritores, directores de cine… son muchos los que quieren formarse en esta ciudad, por algo será.
InDieQuito
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