Con mucha calma partíamos desde Zaragoza a las 8:30. Se trataba de la última paliza antes del Mont Blanc, a 3 días del comienzo del viaje. Dos horas más tarde ya estábamos en el magnífico rincón que acoge los Baños de Panticosa y nos poníamos a caminar rumbo al Embalse de Bachimaña. Subíamos David, Marcos y yo con demasiada parsimonia; tanta tranquilidad, que incluso llegamos a desconectar. Al llegar al refugio, mis dos compis de aventuras me dijeron que estaban desganados y que no se veían con ganas de subir al tresmil. Al principio me resigne, dimos un paseo de alrededor de una hora por el embalse, comimos y de repente se me encendió una luz de rabia: había venido aquí para subir ese pico.
Estaba en la presa del Embalse y el reloj marcaba la 1 del mediodía. Respetando su decisión, les pedí que acataran la mía: iba a subirlo yo solo, lo más rápido que pudiera. Inmediatamente, puse rumbo hacia los Infiernos y al primer hombre que me crucé, le pregunté si era viable o no llegar a la cima. Me miró con cara de extrañado y me dijo que para hacer esa cima la gente empezaba a caminar a las 8 de la mañana. Yo le respondí que esperaba estar a las 3 en la cumbre y que luego tenía tiempo de sobras para bajar ya que el día alarga mucho todavía… Lo último que me dijo fue, haz una cosa, cuando llegues a los Ibones Azules, mira la hora.
A todo tren, empecé a ascender desnivel y unos 200 metros de desnivel después, unos chicos me animaron diciéndome que a ese ritmo llegaría hasta el collado como mínimo. Subí al primer ibón, luego al segundo, y llaneé hasta la pedrera que da acceso al collado: eran las 2 menos 10 de la tarde. En esa misma pedrera le pregunté a otro montañero, que esta vez me dijo con la certeza del que se conoce bien el terreno que me daba tiempo de sobras de llegar a la cumbre. He de reconocer que en ese momento iba cansado por el ritmo impuesto durante la última hora y mi camiseta estaba empapada.
En el collado, el reloj marcaba las 2 y 10 y quedaba lo más difícil, el cresteo hasta la cumbre de los Infiernos. Existen varios caminos pero al final uno tiene que ir buscándose la vida para alcanzar la marmolera, con el consiguiente riesgo de quedar enriscado. Tras unas pequeñas trepadas que se antojaban más difíciles de bajar que de subir, tienes una impresionante vista de la marmolera. El trazado serpentea por la parte superior de esta y es un sendero estrecho y accidentado con una impresionante caída que te lleva directa al cementerio: un tobogán de marmol interminable. Este pico, sin ser complicado, no es apto ni para gente con vértigo ni se lo recomendaría a alguien sin experiencia en trepadas y crestas.
Cuando terminas la marmolera te queda la parte más complicada, la de subir trepando hasta el primero de los picos del Infierno. Una vez allí, cresteas por encima de la parte de marmolera que se divisa desde el Midi y llegas hasta la cumbre más alta: 3083 metros y las tres de la tarde en mi muñeca.
Lo había conseguido, pero estaba terriblemente sediento y hambriento, con leves síntomas de debilidad (frío, tiriteras etc) y dolor de espalda. Bebí abundante líquido y comí bien, fundamental porque había que descender todo ese último tramo tan delicado y luego caminar 10 kms hasta el balneario.
A las 15:50 comencé a descender con fuerzas renovadas. Con mucho cuidado y tiento, sin dar un paso en falso. Descendí acompañado de unos zaragozanos y la verdad es que en los pasos complicados se agradece tener a alguien cerca por si acaso tienes un resbalón tonto.
A las 17:00 estábamos por fin en el collado y ahora ya solo quedaba un largo trecho de pedrera, llaneo y sendero. Allí me despedí de ellos y empecé a bajar rápido porque sabía que mis amigos ya debían de estar preguntándose dónde narices me había metido. 1 hora y 10 minutos después, en los que hasta bajé trotando con unos valencianos que me dieron agua fresca, me topé de bruces con Marcos y David, que tenían los dos caras de tarántula. Cariacontecidos, estaban tan preocupados que decidieron empezar a subir para arriba a buscarme. Diez minutos después ya estábamos en el refugio y una hora más tarde en el coche… En la bajada final alcancé al hombre que me había dicho que no me daría tiempo y me preguntó en tono un poco burlón: ¿Qué, ha habido cima en los Infiernos? Y le sorprendí con un, Sí!, hasta arriba! El señor se alegró un montón y me dijo que lo sentía, que a veces hablaba demasiado y le dije que hacía bien en prevenir a la gente, de hecho, su consejo de mirar el reloj en los Ibones azules me pareció de lo más razonable. La montaña esta llena de grandes personas y siempre hay que prestar atención a la voz de la experiencia.
Os dejo una galería con imágenes del descenso de las trepadas que llevan a la cima.
DieQuito
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