¡Cima sufrida! Esas son las palabras con las que tanto Marcos, Javi y yo resumimos esta expedición. Comenzamos con muchísimo ánimo, protegidos por la luna llena, hasta alrededor de cota 3000.
Allí empezó a clarear, con un alba metalizada al principio y un amanecer en degradado después (efecto producido por la luz reflejada por la luna) que jamás había tenido el placer de presenciar, al menos no con tal intensidad. En la montaña se magnifica todo.
Desde allí ya se veía lo que parecía ser la cima del Gran Paradiso, unos 1000 metros en altitud más allá de nuestras cabezas. Había que subir por un glaciar hacia la derecha para alcanzar lo que aparentaba ser la arista cimera, y desde allí, enfilar hacia la izquierda. Eran las 5:30 de la mañana y calculábamos unas dos horas y media más de ascensión como mucho. Pero como decía, lo que se antojaba la cima y un camino directo, no estaban tan claros. Notese que venía utilizando verbos como aparentar y parecer.
Al ir ascendiendo por el glaciar nos fuimos dando cuenta de que había un sinfín de lomas inapreciables desde abajo y que para llegar a la cima había que rodear una enorme pared de hielo de unos 100 o 200 metros de altura, con lo que la ascensión se fue alargando considerablemente.
Empiezan los problemas. A partir de los 3600 metros empecé a sentirme muy somnoliento: los párpados me pesaban y se me abría la boca como si estuviera aletargado: consecuencias del mal de altura por supuesto.
Caminaba con los ojos cerrados y eso hacía que me desequilibrara; varias veces Javi me tuvo que aguantar agarrándome por la mochila desde detrás, preguntándome si iba bien. Seamos claro, dormirse caminando es algo que nunca me había pasado en una montaña, recuerdo como en muchas ocasiones traté de forzarme a abrir los ojos, sin éxito. Una sensación similar a cuando te caes de sueño en el sofá pero pretendes acabar de ver la película como sea. Sin embargo, me sentía muy fuerte de piernas, así que decidí continuar, no sin antes hidratarme un poco y comer un par de puñados de cacahuetes.
Marcos por su parte, comenzó a sufrir mareos y náuseas esporádicas. También Javi empezó a sufrir un fuerte dolor de cabeza. Ya lo dicen, la altura afecta a cada uno de una manera, y a nosotros no estaba dando síntomas variados y algo preocupantes. Nos quedaba todavía más de hora y media de ascensión y decidimos hacerla con mucha calma. Hay que tener en cuenta que en Zaragoza vivimos prácticamente a nivel del mar y menos de 36 horas después de aterrizar estábamos acariciando los 4000 metros.
Sobre las 8:30 llegamos a la antecima del Gran Paradiso, yo ya estaba mucho más espabilado, una vez superado el sopor que ya he comentado, pero Marcos y Javi sufrían cada vez más mareos y dolor de cabeza. Ahora quedaba una especie de paso de Mahoma por el que hay que pasar ineludiblemente para llegar a la Madonna y cima máxima. El problema es que había demasiadas personas allí y había embotellamiento. Cuando pasaba una cordada de bajada, tenías que esperar tu turno, y así una y otra vez, en cada paso complicado. Además, había gente que necesitaba sentirse más segura que en un parque infantil y exigía aseguramientos propios de largos de escalada. También había guías listos con ganas de colarse, mucha prisa por bajar al refugio y sabiondos hasta aburrir… Estuvimos a punto de desistir pero tuvimos paciencia.
Tras ¡una hora!, conseguimos llegar hasta la Madonna blanca y hacernos las fotos de rigor. La cima había sido mucho más sufrida de lo que nos habíamos llegados a suponer, y ahora quedaba un largo descenso de 1400 metros hasta el refugio, seguido de otros 700 metros más hasta el coche. Nos dolía el alma solo de pensarlo, pero tocaba descender inmediatamente sí o sí, para que el mal de altura fuera desapareciendo.
La nieve blanda de la media mañana convirtió el descenso en una tortura y las piernas de cargaron muchísimo. Creo que no sufría así en un descenso desde Cotopaxi 2011 o Chimborazo 2015y estanmos hablando de picos de 6000 metros. O sea, ojito con el Gran Paradiso en express porque la rápida aclimatación puede jugarte una mala pasada.
Después de pagar el refugio y comer algo, seguimos con el largo descenso hasta el coche. El dolor de los cuadriceps bajó hasta los meniscos y gemelos. Finalmente, a las 14:00, a pleno y candente sol de junio, alcanzábamos el coche. Ahora tocaba ir a buscar un camping en el que plantar la tienda y organizar un poco todo el material, que había bajado metido de aquellas maneras en las mochilas.
Escogimos el camping Gran Paradiso, que alberga un precioso bosque de abetos y por el que pasa un ruidoso río. Montar la tienda y organizar todo el material terminó por agotarnos las fuerzas. Sobre las 19:00 horas bajamos a Introd a cenar una merecida pizza en la Pizzeria Avalon, y tras este suculento manjar, tocaba dormir. Sin duda, hoy puedo afirmar que no he dormido tan bien en una tienda de campaña jamás.
Hoy por la mañana todavía nos duele todo. Tenemos que decidir que hacemos todavía, pero pinta que nos vamos a ir a Courmayeur, a deleitarnos con las vistas del Mont Blanc, cima que ya conquistamos Marcos y yo en septiembre del año pasado. Veremos lo que nos depara el día, pero creo que nos merecemos algo de relax.
DieQuito
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