Cuando era un niño, quizás con 10 u 11 años, mi madre me llevó a una exposición en la Lonja de Zaragoza que me marcó para siempre. Era una representación fiel del Al-Andalus, ese califato musulmán que gobernó España durante varios siglos. Recuerdo que lo diferente de la exposición fue la reproducción, al pie de la letra, de los distintos espacios en los que vivían los árabes en la península (los árabes ricos evidentemente). Se habían habilitado varios departamentos que parecían el attrezzo de alguna película de Hollywood. Aun tengo en la memoria una especie de salón con cojines bordados con oro y juegos de té, unas termas con el techo perforado por claraboyas con formas de estrella por las que se filtraba una luz solar matinal y un patio interior con una media luna en una clara noche de verano alicantina, naranjos, aroma a azahar y el cántico de los grillos como hilo musical. Desde entonces siempre me ha interesado la cultura islámica y está exposición me ha servido como referencia a la hora de imaginarme muchos de los pasajes de libros como El Ocho, La Bruja de Portobello o 1000 soles espléndidos.
Quizás por eso…desde que entré en este restaurante enclavado en el centro de Quito y antes de sentarme en la mesa, me empezó a gustar su comida. Roberto Hayek, su dueño, es otras de las tantas personas amabilísimas que viven en este país. Nos recibió con los brazos abiertos y nos entregó una carta para que observáramos los precios. Tras nuestro gesto de conformidad nos acompañó hasta una mesa con mucha luz natural y se sentó con nosotros para proponernos un menú degustación con el que llevarnos una idea general del restaurante.
Al principio nos sacó abundante pan de pita para rellenar con diferentes condimentos. Lo primero fue un revuelto de berenjena delicioso. A continuación nos trajo un arroz con canela, almendras y pollo que estaba para morirse allí mismo, y feliz. Después vinieron los falafel, buenísimos también. Tras esto el Kapta, una especie de kebab pero de alta calidad que tenía un sabor fuerte aunque no pesado. Y por fin, el Kibbeh Nayeh o Quipe crudo, carne de cordero sin cocinar con aceite de oliva virgen. Se come con cebolla cruda y una hoja de hierbabuena. Así me saqué la espinita que tenía clavada desde que en octubre, en un libanés de Londres, me dijeran que por legislaciones demasiado rigurosas, estaba prohibido servir Quippe crudo.
Esto es un pequeño homenaje al restaurante y a su dueño, ecuatoriano de padres libaneses, que mima a sus clientes como si fueran amigos de toda la vida.
DieQuito
Se me ha hecho la boca agüita!!!
Y ya sabes que a mí la cultura árabe también me va mucho… A tu vuelta, si quieres, nos vamos un día a cenar al Al-Karení..
Bsss
21-6-2011