A veces, las montañas parecen divertirse de lo lindo jugando contigo. Cuentan con un aliado llamado Clima y juntos pueden echar a perder todo el fin de semana. Ayer llegábamos al Parque Nacional Cotopaxi sobre las cinco de la tarde, poco antes del crepúsculo. El cielo estaba incierto, así que montamos las tiendas de campaña a toda velocidad por si nos cogía el chaparrón.
Cuando ya nos habíamos instalado y habíamos preparado los sacos de dormir y los aislantes, encendimos una hoguera en una zona habilitada para ello. Por arte de magia la bóveda celeste se despejó dando paso a otra de esas impresionantes panorámicas de estrellas. Me hallaba en un páramo del continente americano a casi 4000 metros de altitud, los astros iluminaban todo el cielo y una hoguera teñía las sombras de naranja y me daba un cálido abrazo. Fue uno de esos momentos que se quedan grabados en la retina para siempre.
Tras pasar una noche no muy confortable nos despertamos sobre las 6 de la mañana sitiados por bancos de niebla y, en consecuencia, con cero visibilidad (imagen 1). En ese momento tomamos una decisión difícil: la de no tratar de coronar el Rumiñahui (4722 m). Desayunamos tranquilamente, algunos volvimos a dormir y otros empezaron a recoger sus enseres. Sobre las 10 de la mañana acordamos que caminaríamos sobre la altitud en la que nos encontrábamos, 3800 metros, hasta la laguna de Limpiopungo y así, al menos, haríamos algo de ejercicio.
A los 600 metros de donde habíamos acampado la niebla había desaparecido y reinaba un sol estival que se deslizaba por el páramo burlándose de nosotros. Allí, a lo lejos, se veían las tres puntas del Rumiñahui con buena climatología y una sonrisa de bufón (imagen 2). Ya era muy tarde para ascender el volcán pero la rabia nos consumía porque habíamos sido presos de una niebla pasajera, anclada en aquel rincón del páramo en el que decidimos hacer noche.
Un poco malhumorados dimos un paseo alrededor de la laguna y al menos pudimos ver unas buenas vistas de la cima del Cotopaxi (imagen 3). En mi interior me sentí orgulloso de haber estado allí arriba siete días atrás, en la punta más alta de ese volcán de casi 6000 metros. La cima del Rumiñahui por su parte, se mostró esquiva con nosotros y a mí, se me acaban ya las oportunidades. ¿Quizás en otra vida?
DieQuito
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