Courmayeur es una especie de Chamonix italiano, de lo más pijo de los Alpes, aunque mucho más pequeño que si análogo francés. A las grandes casas con vigas de madera a vista les acompaña un paseo lleno de tiendas top: Gucci, Moncler, Andre Maurice o el Maseratti Lounge en donde suponemos que debe de colocarse la orquesta en las fiestas de verano para cantar canciones de Raffaella Carra.
Tuvimos un poco de mala suerte, porque el Mont Blanc estuvo la mayor parte del tiempo envuelto en nubes y porque el museo Transfrontaliero del Monte Bianco es otro ejemplo de cómo se dilapidan los impuestos del ciudadano: un museo relativamente nuevo que ha tenido que cerrar, suponemos que por la falta de visitantes. Y es que el Mont Blanc es francés y siempre lo será.
A la hora de comer fuimos a una pizzería céntrica muy cuca, con el interior de madera, y pedimos un buen vino rosé para celebrar la cima. Después de comer nos dimos cuenta de que los cuerpos estaban reponiéndose bastante bien así que decidimos poner fin al día de descanso regresando al camping para coger los bártulos e irnos a escalar.
En unos minutos, preparamos todo lo necesario para la escalada en roca y fuimos a Pont en donde se suponía que había unas vías de escalada de fácil acceso. Digo se suponía porque encontrarlas fue toda una odisea. Desde una cascada cerca de la carretera fuimos por una senda durante 20 minutos para decidir que aquella no era la senda, descendimos hasta el punto de origen para coger una pista que hacía unas zetas en la montaña y por la que ascendimos durante una media hora para decidir que aquel tampoco era el camino correcto. Volvimos a bajar y Marcos volvió a ascender por la senda anterior con la diferencia de que fue que con una mayor voluntad y tras media hora dio con las vías de escalada. Día de relax más de hora y media caminando: P E R F E C T O.
Al llegar a las vías el sol comenzaba a marcharse y es que el valle Valsaverenche es tan abrupto que tiene muy pocas horas de sol; no me quiero imaginar lo frío que debe de ser este paraje en invierno.
El lugar se conoce como Belvedere di Fosse y el terreno para asegurar es muy empinado, así que colocamos nudos de anclaje por si las moscas. Hicimos dos vías cada uno: en mi caso la primera de ellas la hice de segundo porque los alejes eran de esos de mirar con recelo. En la segunda vía que hice decidí ir de primero y disfruté mucho más. Lo malo fue que no hubo manera de abrir el maillón de la reunión y tuve que dejar un mosquetón de rapelar porque la noche se nos venía encima. Eran unas horas ya bastante intempestivas como para estar escalando y quizás por eso hicieron aparición una pareja de cabras montesas que apenas se inmutaron. Nos dejaron boqueabiertos al subirse por unas paredes lisas como la porcelana.
Llegamos al camping y allí no nos ofrecían nada de cenar, así que después de darnos una ducha rápida antes de la hora en la que cortan el agua caliente, bajamos valle abajo hasta el Hotel Parco Nacionale en el que nos dieron de cenar de milagro. Nos ofrecieron ensalada, pisto y bistecs a la plancha y lo cierto es que nunca una cena tan simple nos había sentado tan bien.
El restaurante daba un poco de yuyu, sobre todo porque la pared estaba llena de fotos familiares antiguas. Hacia el final de la cena, la puerta del salón lateral se abrió sola… Nos miramos, pagamos la cuenta con buena propina por la hora, y nos volvimos al hotel esperando no encontrarnos a la chica de la curva en aquellas carreteras boscosas.
La noche ha sido mucho más larga porque no estábamos suficientemente cansados como para dormir de maravilla en aquel suelo tan duro. Ahora nos vamos a poner a recoger la tienda de campaña y pondremos rumbo hacia Milán. De camino nos detendremos a escalar en la Gruviera, que tiene una pinta genial.
DieQuito
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